Clafoutis

 

cerezas 2

Pequeño homenaje a Elisabeth Kieffer, un regalo de vida.

Ojalá pudiera darle a estas líneas el sabor de las cerezas, dulce y chispeante como ella.

 

Don Marcelino, el joven sacerdote portugués de mirada luminosa y sonrisa sincera, conduce la furgoneta hacia la urbanización El Paraíso, vamos a casa de Elisabeth para celebrar, como ya es tradición, la reunión de verano de la hoja parroquial.

Aprovecho el viaje para preguntarle por la salud de nuestra amiga que este otoño cumplirá 84 años. -Esta delicada, mucho más de lo que ella cuenta- me dice, -el infarto se ha llevado medio corazón-.

Al llegar a su casa, de agreste jardín donde las rocas tienen nombre,  Kikí, el pequeño y fiel compañero, nos conduce, entre saltos y ladridos, hasta su dueña.

La penumbra en que se sume la estancia amortigua el sol de justicia de las 5 de la tarde. Me cuesta distinguir la silueta, mucho más delgada, de nuestra anfitriona que nos recibe, como siempre, con un cálido y maternal abrazo.

Un abrazo que me recuerda a otros abrazos, notitas y pequeños obsequios, recibidos de esta sabia y cariñosa mujer a lo largo de 20 años de profunda amistad. Palabras y objetos que llegan siempre en el momento justo, casi adivinado y que tienen la capacidad de confortar el corazón, elevar el ánimo, cambiar la perspectiva:

Una flor de muguet para celebrar la primavera sobre la mesa del despacho en una racha difícil, un kimono japonés para una exposición necesitada, una jarrita de herencia familiar para un aniversario… Presentes acompañados de palabras significativas que constituyen el mayor regalo.

De apasionante y apasionada vida, esta mujer alsaciana, licenciada en la Sorbona y  maestra en Tanger, que  ha sabido mantener su luz hasta en los momentos más sombríos, recaló en Valdemorillo en los años 70 para entregar su amor de madre a los pequeños de la primera escuela infantil que fundó en el municipio.

Desde entonces no ha dejado de contribuir con su trabajo y ejemplo al bienestar de su pueblo de adopción.  Profesora, hogar de acogida a estudiantes extranjeros, alma mater de Cáritas parroquial, voluntaria cultural. Hoy elije esta reunión para anunciar su «jubilación»

Suena el reloj de Cucú en la pared del salón, cerca de la enorme chimenea sobre la que descansan, al igual que en las paredes, cuadros, iconos, cerámicas y grabados, recuerdos y testimonio de su amplio bagaje cultural, de su fe y de una vida rica en experiencias, amistades y viajes. Nos ponemos al día, hablamos de lo divino y lo humano, de nuestras vidas y familias, que ella sigue con entusiasmo y ternura.

Tras acordar los temas de la hoja de septiembre nos sentamos a la mesa, vestida para la ocasión con un grueso mantel de hilo. Considerando su salud,  todos traemos viandas  pero, a pesar de lo acordado, Elisabeth ha preparado un verano más su inefable clafoutis, receta de su abuela, que se hacía con las cerezas del jardín.

Este año el pastel reposa en un molde más pequeño en forma de corazón, me toca repartir y voy sirviendo porciones a gusto del comensal.

Mientras el sabor de las cerezas inunda mi boca pienso en todo lo que Elisabeth significa para mí. El regalo que ha sido en la vida de tantos: Su apoyo incondicional como voluntaria cultural, aportando siempre conocimientos y valiosas ideas, como la de animar a las escolares marroquíes a actuar de guía de exposiciones, dando así a sus madres un motivo para salir de casa y conocer los recursos culturales. Las tardes en su terraza contemplando el atardecer en  el pantano, departiendo sobre temas trascendentes, dudas existenciales y espirituales desde profunda humanidad y fe contagiosa. Pequeño paraíso.

Lo que no encontraba en la Iglesia lo encontré en ella, Elisabeth me acercó a Dios con su ejemplo y actitud ante la vida, su alegría y bondad irradian luz al que se acerca,  no juzgues, simplemente ama y entrega.

Hoy nuestra amiga nos entrega un gran sobre blanco, una vez más un obsequio, fruto de su momento vital. Entre risas y bromas nos dice: “He aquí mi testamento. Os he pintado   unos mandalas y os he escrito unos pequeños textos personalizados, es lo que estoy aprendiendo en este transitar de la vejez al encuentro con el señor”

Comparto uno de ellos: “La vejez impone un viaje al país de la interioridad, es este espacio en el que se está solo consigo mismo. La vida interior más intensa suscita nuevos interrogantes y renueva las relaciones con uno mismo y con los demás”

Mi mirada vuelve a la mesa y se posa en el pastel… queda justo una mitad del clafoutis,  la otra mitad anida en nuestro corazón, es su generosa entrega a la vida.

clafouti-2

Receta del Clafoutis de la abuela de Elisabeth.

Como queda mejor si dejamos el hueso de las cerezas, esta es una receta para servir a la familia y amigos íntimos. Las cantidades dependen del tamaño del molde

Lavamos un buen puñado de cerezas les quitamos el rabo, las ponemos en un tamiz y las enharinamos levemente.

En un cuenco mezclamos de dos a tres cucharadas de harina fina con dos o tres de azúcar.  En otro cuenco rompemos y batimos tres huevos y mezclamos con una cucharada de aceite de girasol, una pizca de sal y un vasito de cognac. Añadimos harina y azúcar. La masa debe quedar líquida, más parecida a la textura para un flan que para un bizcocho.

Enmantequillamos un molde cerámico para horno vertemos las cerezas y sobre ellas la pasta sin que las llegue a cubrir.

Horneamos a 180 grados hasta que esté cuajado y el pincho salga limpio.

                                                                                                                                            Bon appetit.