Ahuehuete, Madrid 1633 circa

Cuando cada día, al amanecer, en la puesta de sol, en cada una de las estaciones: la fría y lluviosa de este largo invierno que apenas acabamos de dejar,  y la tórrida y seca en la que ya estamos de pleno, veo desde el balcón de mi casa ese majestuoso árbol, ejemplar único en Madrid, plantado hace casi 400 años, me entretengo en imaginar historias humanas, importantes o banales, de las que habrá sido testigo.

Cielo de Madrid

Recortado sobre el bellísimo e incomprensiblemente nítido cielo de Madrid, se alza solemne este árbol enorme, fuerte, frondoso y lleno de vida a pesar de su longevidad. Es el ahuehuete, una especie exótica originaria de Méjico –elegido como su árbol nacional- desde donde fue traído y plantado en el parque de uso privado de Felipe IV, hacia 1633.

A decir por la cartela que le acompaña, es el árbol más antiguo del Retiro y de Madrid.

General

Desde la Antigüedad, los pueblos ha otorgado a determinados arboles poderes sanadores e incluso mágicos. Sin entrar en estos terrenos animistas –magufos, que diría mi amigo Javier- lo cierto es que hay árboles que tienen un fuerte poder de atracción y su porte majestuoso infunde, cuanto menos, respeto y admiración.

 

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A pesar de que la residencia oficial era el Alcázar, cuando Felipe IV acceden al trono en 1621 a la edad de 16 años, acostumbraba a hospedarse en el Cuarto Real, unas estancias unidas al convento de San Jerónimo, muy cerca de lo que hoy es el Museo del Prado. Al rey le gustaba dar paseos por la finca cercana, propiedad de su valido don Gaspar de Guzmán y Pimentel, Conde-Duque de Olivares.

Es Olivares el que para dar gusto al monarca, comienza en 1630 la construcción de una serie de pabellones como extensión del Cuarto Real, que acabarán conformando el Palacio del Buen Retiro. Como nos dicen John H. Elliott y Jonathan Brown en Un palacio para el Rey, la edificación no fue fruto de un proyecto cerrado sino que a lo largo de siete años se fueron añadiendo anexos de manera sucesiva. Una vez estuvo terminado, el palacio constaba de más de 20 edificaciones y dos grandes plazas abiertas que se empleaban para festejos y otros actos relacionados con el ocio del monarca. El conjunto palaciego estaba rodeado de una gran extensión de jardines y estanques, lo que hoy conforman el Parque del Retiro.

Apasionado del teatro y la poesía, de la caza, los toros, los festejos y el coleccionismo, Felipe IV mostraba un gusto exquisito por el arte. Fue él quien nombrara pintor de cámara a Velázquez, y éste quien le retratara a lo largo de toda su vida en una decena de cuadros.

Felipe IV Velazquez 1633

Es en ese extremo de Madrid, situado en el límite oriental de la ciudad, mientras Velázquez pintaba el retrato del malogrado infante Baltasar Carlos, mientras Lope de Vega escribía poemas a su enamorada Amarilis antes de que perdiera la vista y se volviera loca , donde Góngora y Quevedo se escribían para lanzarse pullas con gracia e ingenio, donde Zurbarán trabajaba en las pinturas murales de los diez trabajos de Hércules para el Salón de Reinos, y el rey Felipe IV paseaba  posiblemente persiguiendo alguna de sus muchas conquistas amorosas, se plantó el ahuehuete traído de las Américas.

Luego vino Napoleón e invadió Madrid, convirtiendo el Parque en el cuartel general de sus tropas, llegando a utilizar la base del ahuehuete como polvorín, apostando a su alrededor cañones con la boca orientada a la ciudad.

Hoy, del Real Sitio del Buen Retiro solo queda el Salón de Reinos, el Casón y el Parque.

Los edificios y monumentos son testigos de la historia de los hombres pero no dejan de ser elementos inertes. Un árbol, un árbol tiene energía vital, respira. Observar el tronco fuerte y leñoso del ahuehuete, del que parten 10 ramas rectas, verticales y orgullosas, como un bosquecillo encaramado a un único tronco, es un regalo para el alma y el espíritu. Me asalta el pensamiento de lo fútil y contingente que es la corta vida humana frente al tempo largo y lento de este otro ser vivo. Dicen que esta especie vive 2.000 años, el nuestro solo tiene 400¡

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Recuerdo un relato de Kapuscinski que me causo una honda impresión. En las páginas finales de su libro de viajes Ébano, habla de un único árbol en medio del paisaje árido y pobre en Etiopía y lo que esto significa para la supervivencia física y social de sus gentes. El árbol es vida, da vida al hombre, vulnerable y necesitado de sus hojas frondosas para protegerse del sol, de su paraguas contra lluvias, de sus frutos y corteza, pero también de su  verde frescura para reunirse en asambleas, de suerte que en torno a cada uno de estos árboles solitarios hay una aldea, nos dice Kapuscinski.

El ahuehuete del Retiro no cumple esa función vital, es un árbol desubicado de su hábitat americano porque fue plantado como signo de ostentación exótica y de poder, como las pinturas del Salón de Reinos, pero mientras éstas se craquelan y pierden el color con el paso del tiempo, el árbol del Retiro es cada día más hermoso.