Acomodarse en la oscuridad de un cine es como volver al útero materno, un lugar confortable y seguro donde nos sumergimos en una realidad filtrada y vivida a través de otro, abandonar el mundo exterior para adentrarse en otras vidas que, por muy diferentes que nos parezcan, también pueden ser las nuestras.
Decía Ricardo Franco, del que tuve el lujo de ser alumna, que los argumentos y los personajes son universales y básicos y atienden a bondad, maldad, conflicto, ascensión, caída, búsqueda, encuentro y desencuentro, luego solo hay que contextualizarlos en una época para contar la historia. La belleza reside en cómo la cuentas y que recursos utilizas: planos, diálogos, paleta de color, ritmo y, por supuesto, música y silencio.
Soy cinéfila desde niña, aún recuerdo la emoción durante las horas de cola para ver “La Guerra de las Galaxias”, el estreno de “Supermán” y sobre todo la tarde de “Lo que el viento se llevó” llorando a mares en los cines Zoco de Majadahonda. Desde su inauguración en 1979 este pequeño centro comercial abrió con la mejor de las ofertas: cuatro salas de cine, pizzería y pequeñas tiendas, toda una novedad que hoy nos parece naíf en comparación con las moles plastificadas, templos que engullen a miles de humanos creyentes de una nueva religión, la de paliar el vacío existencial llenando los armarios.
Los Cines Zoco Majadahonda forman parte de la vida de muchos majariegos y también de la mía. Tras 34 años de películas, las salas, propiedad de cines Renoir, cerraron sus puertas incapaces de competir como empresa con los grandes cines, donde pagas un alto precio por sentarte en salas sucias impregnadas de un fastidioso olor a palomitas para convertirte, la mayoría de las veces, en víctima voluntaria del estruendo y artificio de producciones millonarias que apabullan tu cerebro sin aportarte nada más que atontamiento.
La campaña de firmas organizada para salvar salvar a David de Goliat convirtió una iniciativa vecinal en proyecto cooperativo y hoy los cines Zoco de Majadahonda son todo un ejemplo de compromiso ciudadano con la cultura. 1100 es la cifra actual de socios que, con una modesta cuota, sostenemos las salas abiertas para ofrecer cine de calidad.
El amplio programa, elegido y gestionado directamente por los socios, ofrece películas de autor, cine en versión original, apoyo al cine español y autores nóveles, películas comerciales escogidas, retransmisión de Opera y Ballet, proyecciones para centros educativos, sesiones especiales para familias y adecuadas a bebés, para personas con necesidades especiales, proyecciones solidarias, cursos de introducción audiovisual a la ópera, estrenos y pre-estrenos. Todo a precios asequibles, un cine de y para los ciudadanos al que da gusto volver.
Parte del encanto reside también en el buen hacer de sus empleados, la amabilidad sobre leotardos a rayas de María en la taquilla y la sonrisa coronada de rastas de Quique cortando la entrada.
Mi programa favorito es Encuentros con el Director. Una vez a la semana tengo la posibilidad de ver una película y descubrir pequeñas joyas como “El destierro” o “Mudar la Piel”, escuchar y preguntar sobre motivaciones, dificultades, lenguaje, técnica, inspiración, a su director, protagonistas, guionista o productor, a veces y para mi sorpresa conectados con mi biografía por curiosas circunstancias. Pero esa historia corresponde a otra película…