William Kentridge. Basta y Sobra

William Kentridge

Con motivo de la concesión del Premio Princesa de Asturias de las Artes 2017 al artista sudafricano William Kentridge, el Museo Reina Sofía acoge una exposición monográfica de su producción escénica.

Hijo de abogados implicados en la lucha por los derechos civiles en su país, Kentridge inicia su trayectoria formativa con estudios de Ciencia Política y Arte en Johanesburgo, su ciudad natal. En los años 80 se traslada a París, donde estudia teatro y mimo. De vuelta en Sudáfrica comienza, con la creación de dibujos y películas de animación manual, una carrera artística que continuará hasta nuestros días, trasladando su conciencia del mundo y su personal desarrollo como artista plástico a géneros diversos como el collage, la instalación, la performance, el mural, el videoarte, las marionetas o la producción teatral y operística.

Kentridge reivindica un “arte político”, lo cual hace que su realización artística sea objetiva y fría, en ocasiones incómoda. Que nadie espere pues un arte que traspase los límites de lo ideológico o estructural. Testigo de la realidad social de los tiempos del Apartheid, traslada a su obra los contenidos de su memoria infantil. Cuenta a menudo que, de niño, encontró, de manera accidental, entre algunos objetos de sus padres, una caja de fotografías de la matanza de Sharpeville. El eco de esta experiencia en su iconografía personal atraviesa su obra plástica y llega hasta la reciente producción de Lulú para el Metropolitan Opera House de Nueva York (2015), en cuyo escenario aparecen papeles abandonados, creando un efecto similar al de las sábanas que cubrían los cadáveres tras la carga policial. Sus dibujos y animaciones muestran con frecuencia ejecuciones, matanzas y condenas de manera explícita. En otras obras, identifica escenarios de violencia, distorsión o distopia con llamativas marcas rojas, como testimonio, casi policial, de permanencia en la consciencia individual y colectiva. Toda referencia plástica a su entorno revela un hondo sentido de la justicia y de la dignidad del hombre.

Obras materializadas en géneros diversos, como la adaptación de Woyzecken el Alto Veld (1992) al teatro de marionetas o  el portfolio de dibujos para la obra teatral Ubu y la Comisión de la Verdad (1997), enriquecido por los murales pintados en el museo por el artista, expresan matérica o simbólicamente el despotismo y la manipulación de los poderosos. El carácter expresionista de sus creaciones realza la intensidad dramática de ambas obras, en las que la denuncia del autoritarismo invita a la empatía y la compasión. La marioneta de Woyzeck es un conmovedor retrato de desolación y abismo existencial, de la desintegración del yo propia del personaje y de la muerte.

La obra expuesta de William Kentridge pone en evidencia un mundo inseguro, sospechoso y desbocado. Indaga lo ambiguo y oscuro del ser humano, y hace asimismo una propuesta de introspección. Imágenes radiológicas y ecográficas, proyectadas en el escenario de una sala forense sugieren el viaje interior de Ulises en la producción de Il ritorno d´Ulisse (1998) de Claudio Monteverdi. La escenografía y los dibujos en palimpsesto para la producción de Lulú investigan la naturaleza disociada del personaje a través de la fragmentación.

Deudor de referentes españoles, reconoce la influencia de Goya y su pintura negra, y se declara admirador de Picasso y Juan Muñoz. Traspasada la frontera de la postmodernidad, Kentridge plantea, a través de su multiforme producción plástica, incertidumbres acerca de la condición humana.

Nada sobra.

                                                                                                                         Madrid, 5 febrero 2018

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