Allí estaba, en un rincón de la habitación apoyado contra la pared. Un rayo de sol filtrado por la cortina hacía aún más patente su mortal olvido, las cuerdas sueltas, el puente caído.
-Sebastian ¿tienes pensado que vas a hacer con el chelo del Opa? Y así fue como recibí en custodia el instrumento que deseaba aprender a tocar.
Mi abuelo alemán tocaba violín, viola y violonchelo. Aprendiz autodidacta, había reunido instrumentos de gran belleza y calidad. En un viaje a Chile durante nuestra adolescencia, mi hermano recibió de regalo el chelo y yo un precioso violín.
Durante años luché por sacarle al violín algún sonido agradable con muy poco éxito. No soy hábil, no fui constante, no era mi instrumento. Ahora muchos años después lo intento con el chelo y siento que su voz es también la mía.
Con él en la mano lo que al asistir a un concierto parece tan fácil, ligero y fluido se muestra endiabladamente difícil. Iniciarse en la práctica de tocar un instrumento a mi edad es todo un desafío, pero esta vez no pienso rendirme. Y mientras siento el peso del arco contra las cuerdas y escucho las notas que se derraman por la habitación mis recuerdos vuelven a otra estancia. De ella surge la melodía de un cuarteto de cuerdas, mi abuelo al violonchelo, mi padre y mi tía al violín y mi tío a la viola. Una niña de cuatro años se asoma y se embelesa.
Un barco llevó ese cello del siglo XIX a tierras australes y un barco trajo a España a esa niña dejando atrás una parte de su infancia y el calor de sus abuelos, la música quiso acompañarla y se quedó con ella.
La belleza del cello reside en su voz, tan parecida a la humana en su profundidad y calidez. Su forma de tocarlo es también un acto de amor, apoyas su cuerpo contra tu pecho y lo abrazas inclinándote hacia él, una mano sobre el mástil y la otra sosteniendo el arco y deslizándolo sobre las cuerdas. Entonces su cuerpo resuena contra el tuyo y las notas vibran en tu interior desatando nudos y liberando emociones. Te conviertes en parte del instrumento y en parte de la música, su canto es tu canto y el canto de los que antes lo abrazaron, mi abuelo.
Foto cabecera de Mlkhail Evstavief: Vendran Smailovic tocando en las ruinas de la Biblioteca Nacional durante el asedio de Sarajevo en 1992.
¡Qué privilegio tocar un instrumento de música! y más cuando éste encierra tantos recuerdos de infancia y amor. Parece que el cello te hubiera elegido a ti y no tu a él. No te estaba asignado y sin embargo, como relatas, te llegó…fuerzas más allá de nuestra comprensión muchas veces une lo que debe ser unido.
La fusión de cuerpo, mente, sentidos y alma es total, tal y como lo describes…la experiencia personalísma, sin necesidad de público.
Enhorabuena por tener ese refugio creativo y ¡perseverancia con tus clases!
Maíia Luisa
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