Todo viaje es una traslación del espíritu, también los que hacemos a través de los libros. Un libro hace saltar los anclajes del tiempo y el espacio, nos libera de la materia y nos lleva al vasto dominio de la imaginación; un libro es también una traslación de infinitas posibilidades. Me sucede así que, cuando viajo, vivo a veces dos peripecias: una, la de la realidad sensible, que puedo compartir; y otra privada, la de la lectura. Por momentos los dos viajes se alternan, se disputan mi atención, se contaminan y se invaden el uno a otro, para terminar en una soldadura extraña e irregular que los mantiene ligados en el recuerdo o en el olvido.
Esto me ocurrió el pasado mes de junio, en el Festival de Wagner de Budapest. Asistía a una estupenda representación en forma de mise en espace de El Holandés Errante de Richard Wagner, cuando vino a embarullar mi mente la aventura de los personajes de mi novela en aquél momento –El día que Nietzsche lloró, del psiquiatra americano Irvin D. Yalom-. Y es que los dos protagonistas, Friedrich Nietzsche y el holandés errante comparten un destino trágico y una desdichada experiencia en el amor. El personaje de la ópera de Wagner, inspirado en las Memorias del Señor de Schnabelewopski de Heinrich Heine, es un navegante casi espectral, condenado a surcar eternamente los mares en un navío infernal, hasta que el amor de una mujer fiel lo redima de su castigo. Cada siete años desembarca para buscarla; lo hace por última vez en el primer acto de la ópera, desamorado, escéptico, furioso:
Vergeb´ne Hoffnung ¡. Furchtbar eitler Wahn ¡. Um ew´ge Treu´auf. Erden ist´s getan¡. Inútil esperanza, vana y terrible ilusión. No existe en la tierra la fidelidad eterna.
Como el holandés, un Nietzsche también errante, enfermizo, incomprendido y aislado, navegó tempestades y arrostró heroicamente su pathos trágico. El audaz filósofo del martillo, el peligroso antisocrático que certificó la muerte de Dios como verdad absoluta, el que repudiaba la moral resentida de los esclavos programada por el cristianismo y anunciaba una vuelta a la vitalidad primigenia, a la moral de los señores, ese hombre fiero que abrió de par en par las puertas al pensamiento del siglo XX, era apenas nada ante el cataclismo del amor. Nunca tuvo suerte con las mujeres, que, aunque lo admiraban intelectualmente, eligieron siempre a un tercero; así sucedió con su gran amor, la joven rusa Luíza Gustávovna Salomé, Lou Salomé.
Lou y Nietzsche frecuentaban círculos intelectuales próximos. Sabían uno del otro y se admiraban mutuamente por su inteligencia, su carácter genuinamente libertario y su íntima vocación de heterodoxia. Llegaron a conocerse en la primavera de 1882. Fueron presentados por su amigo común el filósofo Paul Rée -con el que Lou mantenía una relación ambigua- en la basílica de San Pedro en Roma. Nietzsche, prendado de la belleza y el magnetismo de aquella joven alta, rubia, de ojos verdes, que apenas había cumplido 21 años, se dirigió a ella con estas palabras:¿Desde qué estrellas hemos venido a caer aquí, uno frente al otro ?
Friedrich escribió pronto a Lou:
Lo que ya no creía posible, encontrar una amiga para mi felicidad y sufrimiento máximos, ahora me parece posible: una perspectiva dorada de toda mi vida futura. Me emociono solo de pensar en el alma plena y osada de mi querida Lou.
Parece que, por vez primera, Nietzsche encontró en Lou Salome una mujer de su misma naturaleza. Mantuvieron durante meses una relación intensa, apasionada y fecunda en lo intelectual pero casta, pues ella nunca se sintió atraída por él. Nietzsche, Rée y Lou, aficionados los tres al estudio y a la filosofía, constituyeron una comunidad intelectual y espiritual, lo que ellos mismos llamaron una trinidad profana, y llegaron a hacer un plan de convivencia con la idea de establecerse en París o en Ginebra. Fue una época luminosa y feliz. Es conocida la fotografía de los tres en Lucerna, en plena euforia, ella subida a una pequeña carreta, fusta en mano adornada con un ramillete de lilas.
Sin embargo, lo que para Lou era un programa de libertad irrenunciable, previamente convenido con Rée -hablaba abiertamente de su aversión al compromiso y al matrimonio-, se convirtió en un infierno para Nietzsche, que fascinado por su inteligencia y personalidad, la deseaba sólo para sí. Varias veces le pidió matrimonio, directamente o por intercesión de Paul, y en todas recibió una negativa radical. A pesar de ello, Lou y Friedrich se vieron en verano en Turingia y tuvieron largas conversaciones filosóficas que lleverían a Nietzsche hacia su Zaratustra. Dice Lou en su ensayo autobiográfico Memoria Retrospectiva:
Nos matamos hablando estas tres semanas. Es extraño que con nuestras conversaciones vayamos a dar involuntariamente a los abismos, a aquellos lugares de vértigo a los que alguna vez uno ha llegado trepando solo, para asomarse a las profundidades.
Lo que para Nietzsche era el amor, una perfecta comunión de sensibilidades, para Lou fue una intensa luz que nunca pasó de la amistad. Apenas le dedica cuatro páginas en un capítulo de sus memorias llamado Vivencia de los Amigos. Sólo unos meses después, los celos de Nietzsche hacia Paul Rée hicieron que la trinidad profana estallara en mil pedazos antes de llegar a ser una realidad. Nunca mas volverían a verse. A partir de entonces, Friedrich odió a Lou con saña; le enviaba cartas incendiarias, algunas de las cuales, retenidas por Rée, nunca llegaron a su destino, como esta:
Lou:
Que yo sufra mucho carece de importancia comparado con el problema de que no seas capaz de encontrarte a ti misma. Nunca he conocido a una persona mas pobre que tú. En la actitud total hacia la vida eres:
insincera, sin la menor sensibilidad para dar o recibir
carente de espíritu e incapaz de amar, nada fiable
en afectos, siempre enferma y al borde de la locura; un cerebro con incipientes indicios de alma
el carácter de un gato. un depredador disfrazado de animal doméstico
sin amor por las personas pero enamorada de Dios
con necesidad de expansión; astuta, llena de autodominio ante la sexualidad masculina
Tuyo:
Friedrich Nietzsche
Lou continuó su camino, siempre rodeada de filósofos y poetas, íntima de Sigmund Freud, amante de Rainer Maria Rilke. Fue un perfecto hilo conductor entre ellos, y este es el espacio narrativo que agudamente aprovecha la novela de Yalom. Maravillosa, fascinante Lou; fabuloso, extremo, irreductible y deslumbrante Nietzsche. La pasada primavera veneramos en Turín el lugar en que perdió la razón. Friedrich Nietzsche puso la verdad del revés, tal vez por eso pagó el precio de su cordura.
El holandés errante, Eric y Senta; Friedrich Nietzsche, Paul Rée y Lou Salome: traslaciones y tormentas de verano en Budapest.