Regreso a Londres una y otra vez, mis hijos cursan allí sus estudios universitarios, y siempre descubro cosas nuevas. Decía Samuel Johnson: quien está cansado de Londres, está cansado de la vida. Así es.
Me gustan los festivales veraniegos de música clásica, a pesar de la crítica feroz que de ellos han hecho puritanos como el musicólogo israelí Edward Said, quien en su ensayo Música al Límite los juzgó parte de la banal ritualidad burguesa: el equivalente musical de una salida de fin de semana. Se podría decir lo mismo de cualquier concierto, exposición o visita, en la medida que, como él mismo dice, el ocio constituye un gran campo simbólico en el que se libra la batalla por la identidad de la burguesía. Asistir a un festival de música no es solo admirar al compositor y los intérpretes, es también disponer de un tiempo sin prisas para disfrutarlos, salir del entorno y la rutina, viajar y hacerlo todo en grata compañía. El placer del descubrimiento se embellece y se multiplica cuando se comparte, tan bien le sientan los afectos filiales, fraternales, la amistad o el amor.
En julio asistimos a la ceremonia inaugural de los BBC Proms en el Royal Albert Hall, el festival londinense de música clásica que se celebra anualmente desde hace mas de cien años.
Los Proms son una serie de conciertos diarios, entre los meses de julio y septiembre, en los que la BBC cita a las grandes figuras la música (clásica; esto va de música clásica). Su nombre Proms -Promenade concerts- hace alusión al carácter abierto y democrático del festival, que, a pesar de ofrecer lo mejor abandona el lastre de afectación de auditorios y salas de conciertos (también clásica) para crear un ambiente informal y permitir que los espectadores, los llamados paseantes, promeneurs o prommers, deambulen por la arena y en las galerías del Royal Albert Hall o escuchen la música tumbados sobre su manta de pic-nic, merienda incluída. La audiencia aplaude al final de cada movimiento, y ningún listillo antipático se atreve a poner cara de perro o a mandar callar con el típico insolente ¡ shhhh ¡. Los Proms liberan la música clásica del elitismo y la acercan a una fórmula mas popular. Para ofrecer lo mejor de lo mejor.En los Proms uno encuentra todo lo que no se espera alrededor de la música clásica: colorines, globos gigantes, audiovisuales, efectos de iluminación, rubias presentadoras televisivas. Retrasmitidos por emisoras de radio y televisión del mundo entero, son un evento musical y también un show, un espectáculo al que asisten melómanos de todas partes. La última noche es la traca final, y los espectadores se disfrazan, agitan banderas y hacen bulla en una fiesta ya mítica. Decadente pompa y circunstancia, que diría Edward Said.
Cierto es que en los Proms uno tiene serias dudas sobre si lo que prima es la música o el espectáculo, con su punto casual, incluso kitsch. Pero bien: sea. Rápido te acostumbras y, aunque el primer día mis ojos no daban crédito, en el segundo concierto ya había cogido la onda. Charlar en la cola de entrada con un rockero sexagenario de look black total leather adornado con kilos de quincalla calaveril, al que cualquiera asociaría a un concierto de White Zombie y no a Mozart, Fauré y Ravel, me resultó normal. Esto es Londres, no hay duda, la ciudad mas moderna del mundo, donde cualquiera va como se le ocurre y nadie se sorprende.Los Proms reflejan, según la BBC, su apuesta seria por el arte y la educación, el compromiso de hacerlo llegar a todos los públicos. La BBC es hoy en día el gran comisario mundial de nueva música y en su festival se presentan estrenos mundiales relevantes. Además, desde 1978, convoca una competición bianual para jóvenes talentos musicales británicos, el BBC Young Musician of the Year. Los ganadores y finalistas son tan protagonistas de los Proms como las primas donnas y los popes de la dirección de orquesta. Así arrancan deslumbrantes carreras internacionales, como la de la violinista Nicola Benedetti, los pianistas Martin James Bartlett y Freddy Kempf, o el violonchelista Sheku Kanneh-Mason.
Sheku Kanneh-Mason fue el primer músico afroamericano en ganar el concurso, en 2016, con 17 años. Nacido en Nottingham, en el seno de una familia de clase media, se inició en la música, como sus seis hermanos, a muy temprana edad. Sheku forma parte junto a ellos de una orquesta para músicos clásicos pertenecientes a minorías étnicas. Ha debutado en los últimos años con diferentes orquestas de Reino Unido, Europa y América del Norte, y se dio a conocer al mundo entero en la boda del Príncipe Harry y Megan Markle, interpretando tres pequeñas piezas para chelo. Actualmente, es el primer London Music Masters Junior Ambassador.
Ver y escuchar a Sheku Kanneh-Mason en los Proms fue una experiencia gozosa. Discreto y maduro, nada engreído, cargado de personalidad, insoportablemente guapo, lo vimos en la premiere mundial del compositor siciliano Giovanni Solima, Violoncelles, vibrez¡. La delicadeza y calidez de su interpretación comunica y absorbe, devolviéndonos, como siempre hace la música, a nuestro fluido primigenio, la realidad humana que trasciende la palabra.
Juventud y virtuosismo son una mezcla incendiaria. Y me viene a la memoria su heroína musical en el chelo, Jacqueline du Pré. Una historia terrible y conmovedora. Pero esto… será otra entrada…
Gracias.
Se me ocurre que pudo ser Felicity O’Connor, la etnógrafa uninfluencer que recorre los submundos del underground en busca de especies en extinción.
Me pereció verla también en los Proms …
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En un festival gótico celebrado en el Portugal de provincias, reparé en una profesora de armonio que pedíar un mini de cerveza con acento de Saint John’s Wood, al tiempo que se sujetaba la pamela (esos vientos catabáticos a sotavento) con el meñique. Democratización y sinergias de la baja y alta cultura… brillante artículo.
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