Semana clave esta, encrucijada de caminos, a partir de la cual algunas cosas dejarán de ser o lo serán de una manera diferente, quién sabe. En momentos críticos me desajusto un tiempo, especialmente por la noche, misteriosa para lo bello pero también para lo confuso y lo incierto. Por suerte, siempre llega un nuevo día, y las amenazas entrevistas en la noche dejan paso a una peculiar claridad. Esta mañana veo todo con mas calma, y hago lo que hacemos los introvertidos: recuperar energías en mí misma, en el yo-mí-me-conmigo y en las cosas que me ayudan en este sentido, la música y los libros. Como dice A. Soria, soy secundaria: en mi caso la reacción inmediata, el primer movimiento, no tiene valor; el que vale es el segundo, el meditado, el sentir racionalizado o sentir inteligente.
Leo en estos días el ensayo sobre la vida humana de Josep Maria Esquirol, La penúltima bondad. Es la continuación de La resistencia íntima, el libro que más veces he recomendado y regalado en el último año. El autor nos describe al ser humano como un ser que habita en las afueras de un paraíso que nunca existió ni existirá, donde no hay plenitud ni perfección y solo es posible una cierta claridad. Cada hombre es una vida vivida, un ser que se siente sintiendo –que siente su propio sentir-, desprotegido y vulnerable, afectado por él mismo, por el otro y por el mundo. No sigo el desarrollo filosófico porque desvelaría el hilo argumental del ensayo y lo reduciría a una simplificación. Sólo quiero detenerme en lo que viene al caso, y es que reconoce nuestra capacidad intelectiva, al igual que el placer o el amparo, como una de las grandes dinámicas del sentir; identifica razón y emoción.
Está bien visto en nuestro mundo ser un hombre racional, es parte de lo que se espera de la virilidad. Al contrario, ser una mujer racional se interpreta como una desafección, una dimisión de lo que se entiende debe ser la sensibilidad femenina. Ser una mujer racional parece ser equivalente a ser fría, poco amorosa o, en el mejor de los casos, extrañamente femenina. Pues bien, ¡me opongo!, como ser humano y como mujer. Y lo hago con el argumento de J.M. Esquirol, quien sostiene, como lo hicieron en su día Xavier Zubiri o María Zambrano, que el sentir humano y la intelección, es decir: sentir y pensar, no son dos actos diferentes, sino que constituyen un único acto humano, el de sentir que se siente. Explicar los hechos o el mismo sentir, pensarlo, analizarlo, leer lo que es legible, y relacionarlo con las referencias adquiridas a través del conocimiento y de la experiencia, no sólo no nos desconecta de la experiencia emocional sino que forma parte de ella misma. La racionalidad no minimiza la experiencia de sentir, la multiplica y la hace mas honda y delicada.
Dice La penúltima bondad:
No es que tengamos una racionalidad que deba complementarse con la sensibilidad, sino un sentir que ya, en sí mismo, es inteligente.
Razonar y pensar las experiencias y las emociones es un acto poético de amor a la vida. También las negativas, la ira, la tristeza o la frustración; desgranar e intentar comprender es un avance, un impulso de superación del temor que nos inspiran.
Valor del lenguaje y de las palabras en la riqueza de nuestro sentir. Razón sintiente, sentir inteligente, claridad en las afueras que habitamos, donde la luz nunca es plena ni blanca, sino una velada penumbra.
Gracias por tus comentarios, Guillermo.
Lo que quise decir en la entrada es que con la razón “se siente lo sentido”. Esa capacidad de “sentir lo sentido”, ese redoble, es exclusivamente humano. Los animales superiores sienten, sí, pero no “sienten que sienten”. Ese sentir lo sentido me parece en realidad un sinónimo de la conciencia, precisamente lo que determina nuestra libertad y lo que nos diferencia de ellos.
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Razonar el sentimiento o sentir la razón. Hay un pálpito cuando sientes lo que razonas que puede producir emoción, claro. Razonar no es un acto de frialdad. Si no, los sentimentales no podrían razonar. Lo que no se puede entiendo yo es sentir con la razón. Si no, no podrían sentir, por ejemplo, los perros. Y los perros y muchos animales complejos sienten.
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Es cierto, Chema.
Pero yo no me refiero a una razón militante, violenta y deshumanizada.
Me refiero a todo lo aprendido, al conocimiento y la experiencia que, una vez adquiridos, sustentan nuestro espíritu y forman parte constitutiva de nuestro ser. Cuando sentimos, todo eso está en juego, forma parte indisoluble de nuestro sentir.
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Hay una razón que se adapta al mundo sensible…y otra que se pasa la vida juzgándolo. Hay una razón coherente que dignifica al ser humano y lo engrandece hasta la esquina más escondida del cielo. Esta razón no separándose de la emoción…¡nunca deja amar!.Hablamos de una inteligencia natural que no compite porque simplemente es y no necesita demostrar nada. Sin embargo y a la contra de esto, existe una razón bastarda que rompe platos, hace ruido y escandaliza a los vecinos. Esta razón es celosa y no permite el amor en su horizonte. Vive sola y saquea dominios. Sobrepasa límites y como caballo desbocado no hay quien la pare. Podríamos decir que es una razón enferma y débil. Una inteligencia que no ha sido capaz de aceptar cuestiones mayores que no puede controlar y se escapan de las manos. Esta razón destruye y crea diferencias…aniquila y desea objetivos aunque rueden cabezas.
Hablamos del miedo a vivir y a perder el plato de comida. A estar enfermo, solo y abandonado. Es tal el dolor que sentimos ante esto, que nubla nuestras razones, gritamos y nos defendemos de todo. Ese grito responde a una inteligencia defensiva que ciega y torpe agrede a la vida. Un llanto que razona con violencia y anda con miedo. No se puede amar así…ni vivir tampoco. 🙋♂
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