
Supongo que cada uno de nosotros guarda en su memoria al menos una vivencia extraordinaria, un momento crucial, una experiencia reveladora, la mía tiene nombre de desierto.
Hace dos años tuve la inmensa fortuna de poder viajar a Chile acompañada de mi familia para recorrer juntos de norte a sur el país de mis orígenes. Primer destino San Pedro de Atacama, cuatro días para recorrer desierto y altiplano. Mientras ponemos rumbo al Salar de Atacama vamos escuchando la Cantata Santa María de Iquique, de Quilapayún: “Si contemplan la Pampa y sus rincones verán las sequedades del silencio…. Como el último desierto”.

Laguna de Tebenquiche. Sentada en medio del salar contemplo la extraordinaria belleza del paisaje y me sobrecoge su poderosa grandiosidad. A mis pies las rocas de sal se extienden hasta el horizonte donde se recorta la cordillera sobre un intenso azul, el cielo más limpio del planeta. Solo unos flamencos rompen de vez en cuando el silencio con el suave batir de sus alas.
He caminado hasta allí por el sendero marcado con piedrecitas, siguiendo las instrucciones que me han dado a la entrada del parque dos guardas, miembros de la comunidad indígena atacameña de Coyo, responsable de la preservación y administración de territorio. Mi lado obediente me impide salir del camino para acercarme a las lagunas o tomar en mis manos una roca de sal.
Despliego el folleto y leo: “Hace 3.800 millones de años, el planeta tenía una atmósfera sin oxígeno y sin capa de ozono, por lo que la radiación UV era muy dañina, con gran actividad volcánica, fuertes vientos y drásticos cambios de temperatura. Bajo estas condiciones la vida, como la conocemos hoy, era inviable pero los organismos extremófilos hicieron de estas condiciones su hogar y permitieron preparar la atmósfera para otras formas de vida. En la actualidad, esas condiciones extremas se dan en el altiplano, haciendo del Salar de Atacama un lugar de especial interés para el estudio de la astrobiología”.

Así descubro que el Salar es un organismo vivo, lo que tomamos como rocas de sal son en realidad microbialitos, colonias vivas de microorganismos extremófilos, que solo se desarrollan en condiciones extremas parecidas a las de la Tierra en sus inicios. Estoy ante los fósiles y los seres vivos más antiguos del planeta, aquellos que liberaron oxígeno a la atmósfera hace millones de años, crearon la capa de ozono y transformaron el planeta para permitir la vida.
Viajaba para mostrarle a mi familia mis orígenes y me había encontrado no sólo con el mío si no con el de todos los seres vivos.
Ahora, mientras escribo estas palabras me siento tan conmovida como entonces y me embarga la misma emoción reverencial que experimenté ante la belleza abrumadora del paisaje y su significado: seres minúsculos a los que debemos la posibilidad de estar aquí, de ser y respirar.

Fotos: Carlos Manterola
Precioso, me has transportado al Salar y me has hecto recordar y revivir ese precioso viaje, por ello te dos las gracias. Por favor sigue escribiendo sobre las otras etapas.
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