Tirar del hilo

El ser humano quiere y no quiere a la vez. Retomar nuestras obligaciones después de una larga pausa estival es, por un lado, un salto de pértiga de 6 metros; por otro, uno echa de menos la rutina para asentarse de nuevo, parece mentira. El trabajo es una de las adicciones del hombre occidental en el s. XXI.

Volvemos, pues. Reanudo hoy mi actividad en el Vapor del Tiempo Presente, y, como aún no estoy centrada, lo-que-se-dice-centrada, voy a tirar de uno de los hilos de estas vacaciones, para relacionar pequeños descubrimientos y reunir lo disperso.

Eduardo Chillida. El último fin de semana de vacaciones fuimos a Guipúzcoa con la idea de pasar al País vasco francés. De madrugada, después de haber casi levitado con los conciertos para piano de Beethoven en el Kursaal, la pereza de pasar la frontera nos venció y encallamos en San Sebastián. Feliz idea, porque el cambio de planes nos llevó la mañana siguiente al Caserío Zabalaga en Hernani, la casa museo de Eduardo Chillida -Chillida Leku en euskera-, un espacio de arte exquisito en el que su obra, acero y granito a gran escala, establece un diálogo perfecto con la naturaleza circundante. Coherente con su teoría estética, que decía: me interesa más lo que pasa entre las formas que la obra misma, Chillida Leku es más que un museo, es una experiencia del espacio, la materia y el tiempo. Como escribe el mismo Chillida en su cuaderno Aromas:

Espacio hermoso-silencioso-perfecto, hermano gemelo del tiempo. Atravesarlo y conseguir la vibración muda.

En el límite del enorme jardín, acariciamos la escultura Homenaje a Balenciaga -la obra de Chillida pide ser tocada-: línea y curva, simetría y asimetría, volumen y plano. Amigos que se profesaban admiración mutua, Balenciaga y Chillida se habían conocido a través de Juana Eguren, clienta del modisto y abuela del escultor. La litografía de la obra es hoy la imagen del Museo Balenciaga de Getaria.

Cristóbal Balenciaga. Hasta el final del verano podemos disfrutar en el Museo Thyssen-Bornemisza de la exposición Balenciaga y la pintura española, que retoma la idea de otra exhibición celebrada en 2014 en Getaria, y muestra, de manera extraordinariamente plástica, la influencia de pintores como el Greco, Zurbarán, Velázquez, Goya, Sorolla, Zuloaga, Madrazo o Casas en sus diseños. 90 trajes y 55 pinturas, la mayoría retratos, se combinan sobre un fondo negro, español, para mostrar, en diferentes espacios y gamas cromáticas, la maestría de Cristóbal Balenciaga a la hora de integrar nuestros referentes estéticos y elevarlos al ideal de la moda del s. XX. De niño, el modisto visitaba con frecuencia la residencia de los marqueses de Casa Torres, en la que su madre trabajaba como costurera. De ella aprendió el oficio, al tiempo que iba construyendo, en el ambiente del palacio y rodeado de una gran colección de arte, un mundo de imágenes, texturas y colores que recrearía, años después, en la elegancia y el equilibrio de su madurez creativa.

El negro español. Para Balenciaga «un buen modisto debe ser arquitecto en la forma, pintor para el color, músico para la armonía y filósofo para la medida». Pintor para el color, Balenciaga fue el maestro indiscutible del negro, heredero de una tradición española en la vestimenta que arranca en las monarquías Habsburgo. Durante el s. XVI, el Imperio español marcó la tendencia en cuestión de indumentaria, especialmente durante el reinado de Felipe II. El rey de las Españas no era sólo austero y devoto, sino que empleaba su poder y lo proyectaba en su imagen, de negro riguroso, como tantas veces lo hemos visto en los retratos de Tiziano, Antonio Moro, Alonso Sánchez Coello, Juan Pantoja de la Cruz o Sofonisba Anguissola. Aprendimos en la visita al Monasterio de El Escorial que el tinte negro de calidad, el que proporcionaba el intenso y profundo color ala de cuervo, era patrimonio español en aquella época. Procedía del palo de Campeche, un árbol autóctono de las Indias, en la zona de Yucatán. Junto con la cochinilla, insecto del que se extraía un pigmento rojo carmín, fue introducido en España por los conquistadores y constituyó una notable fuente de ingresos para la corona imperial. Esperamos verlo en el Don Carlo de Verdi este septiembre en el Teatro Real, seguros de que la genialidad de David McVicar no defraudará.

Chillida, Balenciaga, Don Carlo y el negro español. Es todo cuanto. Por hoy.