Recientemente hemos estado Pámela y yo en Japón para acudir a la 25º Conferencia Internacional del ICOM. En cada una de nosotras, este viaje a tierras tan remotas, ha despertado sensaciones y opiniones distintas, opuestas en algunos aspectos, que queremos compartir como dos visiones de la misma experiencia.

Japón es un país fascinante y complejo, extraño en muchos aspectos. A pesar de su occidentalización acelerada desde la 2GM, los japoneses conservan un curioso comportamiento bastante distinto al europeo, con códigos que nos son desconocidos, como por ejemplo el uso del “lenguaje de respeto”, las reverencias, cuyo grado de inclinación depende de la jerarquía y la situación, pero que mas allá de esta pequeña información constituye todo un enigma. La globalización se ha encargado de acortar distancias y si bien el Japón de hoy no es el que fue – posiblemente tampoco el que describe Benedit en su estudio de 1944-, lo cierto es que mantiene suficientes rescoldos como para despertar en uno una constante sensación de extranjeridad, de estar fuera. Se impone observar.

Estaba avisada con la lectura del estudio antropológico que el gobierno norteamericano encargó a Ruth Benedit en plena Segunda Guerra Mundial, cuando los señores de la guerra estadounidenses querían conocer el comportamiento del pueblo japonés, ante la incomprensión y estupor que le despertaba la actitud de su enemigo. El ensayo, extremadamente interesante, se publicó dos años más tarde bajo el titulo El crisantemo y la espada. Patrones de la cultura japonesa. En él, Benedit describe con la frase Ocupar el lugar que a cada uno le corresponde la esencia del comportamiento y estructura social de los japoneses. Sigue… Su confianza en el orden y la jerarquía, y nuestra fe en la libertad y la igualdad, son dos polos opuestos. A lo largo del libro la autora no deja de insistir también en la importancia que le da Japón a su imagen exterior.
En el articulo «Japón, un país al que no le gusta el riesgo» en https://www.nippon.com/es/vida/ se describe al japones como un pueblo de pesimistas defensivos, siendo la clave de su éxito, que esta visión les hace ser extremadamente diligentes, meticulosos y controladores. Para ellos no hay nada más amenazante que lo imprevisible.
A pesar de estos escasos pero valiosos datos sobre la cultura japonesa actual, no deje de sentirme sorprendida y sin poder dar como natural lo que para mí no lo era, por ejemplo, Kyoto.

Kyoto es una ciudad no demasiado bonita, poco monumental, que sueña con ser perfecta. Sus ciudadanos tienen un toque aristocrático, lucen pesos equilibrados y elegancia en el vestir. Es extremadamente segura, sus calles están impolutas, son silenciosas y apenas si percibí olores. El precio de esto es una mezcla de educación, coerción y vigilancia. En la calle está prohibido – bajo multa- fumar, comer y beber. Ningún restaurante o bar pone mesas fuera, está prohibido pasear a tu perro-no hay mascotas, ni gatos callejeros, no hay palomas -. Los mendigos son invisibles, no hay lugar para un banco en los espacios públicos, imposible reposar unos minutos para recuperarse mínimamente de los crueles 38º acompañados de una humedad del 80%. No hay papeleras –al parecer fueron suprimidas tras los atentados en el metro de Tokio, en 1995- ni parques, ni fuentes, los coches son híbridos o eléctricos, apenas si se les oye rodar. Una sensación de artificiosidad y extrañeza terminó por calarme más que el sudor. Me persigue la imagen de la belleza de crisantemo bajo el control de la espada.

Tokio es otra cosa. Intensamente bombardeada durante la 2GM, la capital conserva escasos edificios históricos –sobre todo templos budistas- y pocas viviendas tradicionales. Su skyline corresponde a una ciudad moderna, con una enorme cantidad de rascacielos que nada tienen que envidiar a NY, dominados por la torre Skytree de más de 600m de altura y cuyo estilo futurista con iluminación multicolor, intensifica su omnisciente presencia en el cielo de la ciudad.
Con sus más de 13 millones de habitantes, Tokio es una ciudad enérgica, viva, potente, y seguramente también, cruel. La arquitectura contemporánea es la responsable en gran medida de esta imagen, edificios y rascacielos, sobre todo en los ricos barrios de Ginza y Asakusa tienen firma de arquitectos como Kengo Kuma, Tadao Ando, Toyo Ito, pero también Renzo Piano, Herzog & De Meuron o Ricardo Bofil.

Uno de estos grandes, pieza central del desarrollo urbano Roppongi Hills, el sexto edificio más alto de Tokio y uno de los edificios más grandes del mundo por superficie, es la Mori Tower . Principalmente edificio de oficinas, tiene también tiendas, restaurantes y otras atracciones turísticas, en la planta 53 está el Museo de Arte Mori.

Allí quedamos impactadas con la visita a la exposición ‘The Soul Trembles’ de la artista japonesa Shiota Chiharu. Videos, fotografías, dibujos y sobre todo, seis grandes instalaciones cuya desgarradora fuerza expresiva y estética logran conmover el alma del espectador. Sus complejos montajes, laboriosos e impecables, están realizados con hilos de lana de color rojo o negro, con ellos teje los enormes espacios de las salas expositivas. Objetos y arquitectura cubiertos por una espesa telaraña, una red neuronal, un entramado de conexiones vitales y emocionales.


Chiharu Shiota habla de su propio trabajo “Usar hilo es algo que me permite explorar el tiempo, como si fuera la línea de un cuadro. Miles de hilos configuran una superficie y con ellos creo lugares casi ilimitados, que gradualmente se expanden como el universo. Ir sumando capa tras capa, hilo tras hilo, va provocando la aparición de un negro intenso”.
Detrás de esta telaraña onírica, Shiota nos conduce por sus habitáculos emocionales. Y en ellos, la memoria, la ausencia o la infancia son cuestiones recurrentes. Un trabajo como el suyo, tan emocional, tan catártico y desinhibido no era posible llevarlo a cabo de Japón. Desde principios de los ’90, Shiota vive en Berlín.