La historia me quita el sueño

“Sólo sueño con pájaros y con caballos que cruzan la noche, casi no duermo”. Giré la cabeza para observar a la autora de una frase tan improbable en medio de la pequeña librería de San Lorenzo, pero estaba casi de espaldas saliendo hacia la calle, y tampoco pude saber quién era su interlocutor ni cual la conversación previa, porque, quien fuera el destinatario de esta confesión, estaba escuchando desde cualquier lugar, al otro lado del móvil. Había ido a recoger unos libros encargados días antes, dos obras de novela negra y- en improbable compañía- una biografía de Felipe II recomendada por el dueño de la tienda.

Supongo que podía haber imaginado cualquier cuento fantástico con esta escena, pero me enfrasqué en la lectura del emperador y, llegando hacia algo menos de la mitad del libro,  quedé enredada en un retrato de su hermana  pequeña, Juana de Austria.  Es el retrato de una mujer joven  de belleza delicada, vestida en raso negro con una saya completa según la moda de la segunda mitad del siglo XVI. Tiene la cabeza  muy erguida y un  rostro de piel algo marfileña o transparente, enmarcado por  un cuello alto.  No estoy segura que vaya vestida de viuda, el negro se consideraba  un color refinado, cargado de connotaciones aristocráticas y, en la Casa de Austria, de magnificencia. El retrato del rey y su familia debía representar fielmente los rasgos de cada individuo, pero también un concepto de majestad habsbúrgica.

Sofonisba Anguissola

Aunque era ya tarde, abandoné un poco el libro y me sumergí en la historia de Juana. Leí con sorpresa que para Marañón  esta mujer fue «quizá la más interesante de todos  los Austrias españoles», a pesar de su  condición femenina y segundona. La tercera hija del matrimonio imperial, con todo lo que ello conllevaba de subordinación a las razones dinásticas, primero de su padre el emperador y luego de su hermano, el rey Felipe II. Juana hablaba tres lenguas, coleccionaba y  tocaba diversos instrumentos musicales  y  enviudó muy joven del rey de Portugal. Regresó a Castilla  dejando a su hijo recién nacido, al  que nunca volvió a ver, en la corte portuguesa.

En 1554 Felipe decide casarse con María Tudor y antes de emprender un largo viaje a Inglaterra, elige a su hermana pequeña como Regenta de Castilla. Juana gobierna con sabiduría e inteligencia en España durante cuatro años en los que también se hizo cargo del cuidado y la educación de su sobrino Carlos, hijo de Felipe y María Manuela. Gestionó con brillantez  asuntos comprometidos de índole política, económica, militar y religiosa y sabedora de su posición subordinada y circunstancial, diseña su posterior situación en la corte, un asunto que finalmente resolvería con la creación del monasterio de las Descalzas Reales de Madrid.

Alonso Sanchez Coello

De las opiniones de la época sobre su personalidad, podemos hacernos una cierta idea: «bella y distinguida» (el Señor de Brantôme), «española de maneras altivas» (el embajador Paolo Tiepolo), «algo masculina», a tenor de su demostrada voluntad, distancia y hermetismo (el embajador Badoero).  Juana fue además  responsable de la creación de una sólida y potente imagen pública de sí misma. Hay retratos suyos de Sánchez Coello, Antonio Moro o Sofronisba Anguissola, y un número importante de retratos menores en medallas, camafeos, grabados o esculturas. Es más que probable que en la concepción de esas imágenes, la princesa participara de forma consciente y activa. Para Fernando Marías, las representaciones de Juana de Austria se convirtieron en la articulación formal del retrato de representación de la mujer de estado. Pienso ahora que, huérfana desde los cuatro años, debió influir en esta determinación la tristeza o el trauma por lo ocurrido  con su madre, Isabel de Portugal: el magnífico retrato del Prado que Tiziano pintó fue un encargo póstumo de Carlos V. Cuando Isabel muere, sólo hay un camafeo con su  rostro, y el maestro veneciano tuvo que imaginarse a la reina con apenas esta huella, y con las descripciones que las personas que la conocieron hicieron de ella. 

Alonso Sanchez Coello

Uno de los aspectos más llamativos de la vida de la princesa fue su pertenencia a la orden de los jesuitas. Juana de Austria  es- que sepamos- la única mujer en la historia que ha podido pertenecer a esta orden. Se acercó a la compañía de Jesús de la mano de uno de sus miembros principales, Francisco de Borja. A pesar de ser una orden en la que no tenían cabida las mujeres, la infanta luchó por unirse a ellos y, finalmente, fue  aceptada por  Ignacio de Loyola, aunque siempre se mantuvo en secreto  y tuvo que adoptar una identidad masculina bajo el nombre de Mateo Sánchez primero y Montoya después.

Alonso Sanchez Coello

Política notable, regente, mujer de estado, fundadora de las descalzas reales, mecenas del arte, gran coleccionista ella misma,  musicóloga….y jesuita secreta. Muerta a los 36 años, fue una  de las figuras más relevantes del renacimiento español, y sin embargo no ha sido merecedora de una biografía propia hasta 1955. Afortunadamente, leo que en los últimos años se ha multiplicado el interés por su figura, tanto en lo que se refiere a su biografía política y religiosa como a su condición de coleccionista y mecenas.

Durante varias noches que se alargaron más de lo debido, me sumergí en reseñas  y artículos para conocer algo más a Juana, en realidad tan distante de nosotros en tiempo, espacio y condición. No he vuelto a la librería, ni creo haberme encontrado en el pueblo con la mujer que se lamentaba de soñar con pájaros y caballos el día que recogí los libros, tampoco puedo recordar ahora algún sueño parecido, aunque una cosa si es cierta. Durante algunas noches de este otoño, enredada en un pasado remoto, la historia me quitó el sueño.