Personas ejemplares: Sebastiao Salgado, de mi tierra a la Tierra

Decía Javier Gomá en su libro “Aquiles en el Gineceo”, un ensayo sobre la ejemplaridad, que no se puede valorar la verdadera dimensión de una persona hasta que esta ha fallecido, pues mientras vive la cotidianeidad y la cercanía nos hace fijarnos en lo menudo y lo anecdótico impidiéndonos valorar a la persona en su conjunto (los árboles no nos dejan ver el bosque).

Aun siendo esto cierto, creo que hay personas que por su trayectoria son ya en vida ejemplares y uno de los regalos que nos hizo nuestro reciente viaje a Japón fue poder conocer de cerca a de una de las que así considero, y le otorgo este título, se lo aseguro, a bien pocas.

Allí estábamos María Luisa y yo sentadas en las primeras filas del Auditorio del Palacio de Congresos de Kyoto dispuestas a escuchar Sebastiao Salgado, considerado uno de los fotógrafos más relevantes y comprometidos, que nos iba a hablar de la Amazonia como patrimonio de la humanidad.

Llegó con media hora de antelación para preparase, figura imponente, rostro cincelado a la manera griega y mirada penetrante. Ni cortas ni perezosas nos acercamos a manifestarle nuestra admiración por su trabajo y su espíritu. Nos recibió con afabilidad y cercanía, mientras conversábamos, sentimos la poderosa energía que desprende, la que nace de una convicción profunda, de una pasión, de un sentido de misión.

Nos emplazó a un reencuentro en Madrid en la inauguración de su nueva exposición “Gold” y yo os traslado la invitación, estará en el CEART de Fuenlabrada hasta el 9 de febrero.

A sus 75 años sigue viajando por todo el Mundo para transmitir su mensaje a través de la fotografía, unas bellísimas obras en blanco y negro retratos de seres humanos, de tierras recónditas, de animales gozando libres en paisajes impenetrados, para decirnos: somos un solo pueblo, compartimos la misma tierra.

Conocí su trabajo por primera vez a principios de siglo con la exposición “Terra” sobre las personas sin tierra de Brasil y sus reivindicaciones, que tuve la suerte de poder programar y donde nació mi entusiasmo por Sebastiao y su forma de mirar y retratar a los seres humanos. 

Seguí con interés sus pasos, “la mano del hombre” “Éxodos”, imágenes de dolor e injusticia captadas sin olvidar la dignidad de las víctimas. Al contemplar “Génesis” su proyecto fotográfico de reconciliación con el hombre y la Tierra, me interesé por su biografía. Leí entonces su recién publicado en castellano “De mi tierra a la Tierra” (2014) precioso testimonio vital que acrecentó mi admiración y la consideración como persona ejemplar. En el libro nos muestra su lado más personal, su familia y también profundas reflexiones sobre la deriva humana, su compromiso con la Tierra y los hombres al mostrar su drama y su belleza. Así supe de sus orígenes en una estancia de Brasil, de sus estudios de economista, de su compromiso político y de sus inicios en la fotografía como autodidacta y luego  como reportero de grandes tragedias que le llevaron a  la enfermedad, de su paso por las grandes agencias y de la fundación de la suya propia: “Amazon Images” con Lélia Wanick, su fiel compañera de vida y proyectos, creada para poder mostrar lo que de verdad le importa; de la creación del Instituto Terra en 1998 para reforestar el bosque subtropical atlántico, su tierra natal, una quimera convertida hoy en realidad fecunda.

A la par que su exposición Génesis, que él explica como la necesidad de fotografiar la belleza  primigenia del planeta y sus habitantes para equilibrar todo el mal  del que había sido testigo y poder así reconciliarse con el ser humano, se estrenó la película documental “La sal de la Tierra” de Wim Wenders, en la que asistimos al proceso de la creación de Génesis y su método de trabajo en el que prima el afecto y el respeto por todo lo que retrata. Acompañado de su hijo Juliano, pasaron meses a la intemperie, sufriendo desde el frío al calor extremo con el fin de llevar a cabo su proyecto.

Por la belleza y calidad de su obra ha recibido numerosas alabanzas y premios, entre ellos el Príncipe de Asturias de las Bellas Artes (1998), pero también críticas, pues algunos le acusan de desvirtuar la realidad de las tragedias al presentar tan solo la cara hermosa.

En su conferencia de Kyoto para defender la conservación de la Amazonía como patrimonio de la Humanidad, demostrando con datos y estadísticas la importancia del daño medioambiental y la pérdida que supone para todos los seres vivos más allá de cualquier frontera, dejó muy claro su compromiso. También  quedó patente su postura al presentarnos 150 fotografías sobre el Amazonas, con el Aria de las Bachianas de Heitor Villalobos de fondo, declarando a modo de introducción que retrata la belleza inherente a cada ser con la intención de hacernos sentir lo que él mismo siente, pues si somos capaces de conmovernos con ella estaremos más cerca del alma del otro, de su derecho a existir y a ser protegido de la destrucción: “Amamos y odiamos igual, sufrimos y nos alegramos igual, somos un solo pueblo, una sola familia. Cada ser vivo posee una belleza que es necesario conservar”

Así es, y como dice Isabelle Francq: “Observar una fotografía de Sebastiao Salgado es conocer al otro como a uno mismo. Es experimentar la dignidad humana. Es comprender lo que significa ser mujer, hombre, niño. Probablemente porque Sebastiao alberga un amor profundo por las personas que fotografía”


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