El mejor de los aqueos/ I

Dice Aristóteles que las criaturas sublunares estamos siempre expuestas a los agravios del tiempo, aunque los héroes pareciera que lo están menos. Algo así es lo que cuenta el filósofo Javier Gomá cuando habla de encontrar el ejemplo que nos ayude a ser mortales. Se pregunta qué es lo justo, lo santo, lo noble, lo bello, lo que hacen y dicen los héroes ejemplares. En la Ilíada, Aquiles es “el mejor de los aqueos”, porque los  héroes son siempre un ejemplo personal. Son al mismo tiempo semejantes y superiores a  la mayoría de nosotros.

A la muerte de Aquiles llegué este pasado diciembre por lo que se da en llamar casualidad, si es que algo parecido existe, después de leer la única biografía autorizada de Neil Armstrong y en la que se ha basado la regular película firts man, porque de los tres astronautas míticos, Neil fue el único que no quiso escribir auto biografía alguna. No se me ocurre otro héroe moderno tan  mítico  y al mismo tiempo verdadero. He entendido en estas semanas que su  memoria perdurará no tanto sólo  por ser el primero sino por su ejemplaridad. Por haber sido poseedor en el conjunto de su vida una vez ya terminada (Armstrong murió en 2012, el comandante del Apolo 11 es el único de los tres que no ha podido estar presente en el 50 aniversario del alunizaje) de esa virtud general  que llamamos excelencia.

Durante estas semanas de inmersión en el comandante del Apolo 11 he recordado con frecuencia que  aletheia, el término griego para verdad significa al mismo tiempo  no olvido, esto es, recuerdo. No se olvida porque hay algo profundamente verdadero o cierto o sincero y honesto en el arquetipo del héroe.

No pretendo hablar de los  densos significados culturales  y sociales que se proyectaron sobre los astronautas- especialmente Armstrong- o  sobre el contexto del mandato de Kennedy que tanto les influyó, o del obvio objetivo de predominio entre las potencias de esa segunda mitad del siglo pasado que marcaron la carrera espacial, hoy obsoleta en su sentido político. Neil explicó alguna vez que no aceptaba las alabanzas que le dedicaban por el hito del Apolo 11 porque  no le eligieron para ser el primero, sino para ser el comandante de ese vuelo, “fueron las circunstancias las que me  concedieron ese papel. No era algo planeado».

 Pero no es verdad, sólo un ejemplo más de la  humildad del héroe. El increíble equipo que dirigió la NASA en esos años, aún bajo la potente influencia de los Kennedy  tenía muy claro que el primer hombre sería la persona a la que en tiempos inmemoriales se conocería como la que pisó la Luna por primera vez. ¿Y quién querían que fuera?. The first man sería una leyenda, un héroe incluso mejor que Lindbergh, mejor que cualquier soldado, político o inventor. Debía ser Neil Armstrong. Neil era Neil, tranquilo y callado, con una confianza absoluta en sí mismo. Por otro lado, Aldrin ansiaba tener ese honor y no dudó en hacerlo saber, ”Neil no había dicho nada. No le gustaba ser el centro de atención. Neil Armstrong, reticente, comedido y heroico, era nuestra única opción ».

Sigue emocionando rememorar los minutos  agónicos  con los que se inició el descenso del módulo lunar, que comenzaron  a las 4:05 (hora de la costa este americana) el domingo 20 de Julio de 1969, cuando el módulo que lleva a Armstrong y Aldrin  se separa del Apolo 11 e inicia un azaroso descenso de 1,4 Km hacia el mar de la tranquilidad. Collins, orbitando mientras la luna, podía sólo esperar que sus compañeros fueran capaces de volver.

El modulo lunar o LM (pronunciado lem) se llamaba “Eagle”, y casi  desde el inicio del descenso  empezaron a sonar alarmas  y luces rojas que no resultaron ser sino avisos de sobrecarga de tareas del ordenador de a bordo, que pese a ser increíblemente básico para lo que ahora conocemos, se encargaba de dirigirles hacia su alunizaje. Cuando estaban a unos mil pies del suelo, Armstrong, mirando por la pequeña ventanilla, se dio cuenta de que el ordenador había cometido un error y habían sobrepasado ya el lugar previsto de alunizaje, llevándoles hacia un enorme y oscuro cráter rodeado de piedras gigantescas.

Neil tomó entonces el control manual a 150 metros del suelo, pilotando simplemente con la vista y un mando, para salir del espacio del cráter y encontrar un lugar seguro donde posarse. Aunque el mundo lo recuerda sobre todo por el descenso de la escalera y el primer paseo lunar, Armstrong, en las pocas entrevistas que concedió, dijo que su mayor  preocupación con diferencia y donde estaba un enorme riesgo no era tanto en lo que ocurriría una vez fuera, sino en ese descenso, de muy alto riesgo y enormemente complejo.

 Durante esta última parte del descenso sobre una superficie ardiente a casi 100 grados  de temperatura, con una gravedad muy diferente a la nuestra  y a 385.000 kilómetros de la tierra, el  motor del Eaggle empezó a levantar una densa niebla de polvo lunar que dificultaba aún más la visión del comandante, al tiempo que el nivel de combustible bajaba a un nivel crítico. «Quantity light,» avisó Aldrin justo cuando estaban a 30.5 metros, lo que significaba, de acuerdo con los cálculos de la NASA, que Armstrong tenía menos de dos minutos para posarse en la superficie, o afrontar el dilema de abortar el descenso, dando por finalizada la misión (el combustible del descenso y el del despegue posterior eran independientes) pagando un enorme precio de desprestigio, o asumir el riesgo de intentar alunizar sin combustible a merced de la gravedad lunar y esperando que el golpe no dañara el módulo con consecuencias imprevisibles. Cuando  decidió que había encontrado un lugar razonablemente seguro para aterrizar un poco más allá del cráter, quedaban 15 segundos de combustible.  

Por fin, después de 50 segundos de silencio, el mundo escuchó a Aldrin decir: «contact light», y las extrañas patas de araña del Eaggle se posaron. De acuerdo con los registros de la NASA, los críticos 12 minutos exactos que pasaron desde  las 4:,05 hicieron que el pulso de Armstrong subiera al doble de lo normal. Con el planeta entero pendiente de la escena, todo el mundo recibió la tranquila voz de Neil: «Houston, Tranquility base here, the Eagle has landed.» La respuesta desde el control de tierra se oyó con alivio: “tranquility, we copy you on the ground”.* Si has llegado hasta aquí, acaba de leer la crónica sobre Armstrong en la entrada siguiente 🙂