
Eneas, buen príncipe, Cartago y yo queremos que seas nuestro huésped. ¡Bienvenido! Ven, siéntate al banquete con la reina. Disfruta, Eneas. Es mi voluntad.
Leo a Marlowe a la media luz del atardecer solsticial, el que anuncia la noche más larga. Su color ambarino se acompasa a los destellos púrpura en la fiesta del palacio de Cartago, donde la hermosa reina Dido recibe Eneas, el héroe huido de la guerra de Troya.
Los dioses, árbitros del destino, han arrojado a Eneas del incendio de Troya para llevar a cabo una gran misión: fundar el linaje romano en las tierras de Hesperia, en Italia, el que debe dominar el mundo y restituir a Ilión la gloria y el honor perdidos contra los griegos. Pero todo es capricho y contienda, emociones primitivas de los dioses que animan el devenir de mitos y héroes. Enfrentados todos, a favor de griegos unos y de troyanos otros, impulsan y detienen a Eneas en su misión, hasta que, después de andar errante durante siete años por tierra y mar, la pequeña flota troyana, desembarca en las costas de Cartago. Allí reina Dido, entre temibles murallas, en la ciudad que ha levantado con la protección de su diosa, Juno.
Eneas ve por vez primera a Dido: …llega al templo la reina Dido, hermosísima y rodeada de una numerosa comitiva de jóvenes. Cual Diana, al andar sobresale por encima de las otras diosas…Se presenta él, desvalido, inerme, anónimo, aunque su porte no puede ocultar que es el hijo de una diosa: …apareció entonces Eneas, resplandeciente en medio de una viva luz, semejante en rostro y apostura a un dios …

Juno y Venus, rivales desde el Juicio de Paris -Juno enemiga de Troya; Venus madre de Eneas y protectora de Ilión- ,depuesto su viejo encono, han pactado ardides para que tirios y troyanos acuerden una paz eterna con el matrimonio de Dido y Eneas. En el suntuoso festín regio, Cupido corretea por los estrados, se cuelga de Eneas, se sienta en el regazo de Dido, y, entre manjares, perfumes, telas y regalos, les infunde su fuego secreto. Dido solicita a Eneas el relato de la guerra de Troya :
Cuéntanos, oh, huésped, las insidias de los griegos, los infortunios de los tuyos, tus aventuras.
Así termina el Libro I de La Eneida, y así comienza la historia de amor imposible de Dido y Eneas en la maravillosa ópera barroca de Henry Purcell…
Son gemelos Dido y Eneas en peripecia, audacia y valor. Eneas ha perdido a su esposa Creúsa en el desorden de la huida; el hermano de Dido ha asesinado a su esposo Siqueo. Fugitivos de un pasado doloroso -él de la guerra de Troya; ella de su avaro hermano, el rey Pigmalión de Tiro-, van a buscar un reino cruzando las olas. Dido ha fundado Cartago en las costas de Libia; Eneas fundará Roma en la costa de Italia. Cartago y Roma, dos naciones ilustres en la guerra, que serán enemigas por siempre tras el infortunio de su amor.
Hermanos hasta aquí en el carácter y en la narrativa, Dido y Eneas, unidos por los dioses por estos mismos se han de separar. Júpiter, el omnipotente, enojado se pregunta: ¿No es este el héroe que su madre Venus me prometió para regir Italia, grávida de imperios?. Mercurio visita los sueños de Eneas con su mensaje: ¡No te detengas. Parte sin dilación!.
Visión de Eneas y visión de Dido, Eneas orientado a su deber político, aun a su pesar; Dido reina y señora de Cartago, a todo renunciaría por amor. Ya la naciente Aurora inundaba la tierra de nueva luz cuando vio la reina desde la atalaya a toda vela alejarse la armada de Eneas. Rota de dolor, Dido desvaría y pierde la razón, maldice el futuro y la estirpe de Eneas y declara a Cartago enemiga eterna de Roma.
Dido infeliz, debiste advertir su maldad cuando le dabas tu cetro. ¡Lidien playas contra playas, mares contra mares, armas contra armas, esta es mi imprecación: que luchen nuestros pueblos, ellos y sus descendientes!.
El sol se ha detenido en el solsticio y cierra el Canto IV de La Eneida con el lamento de Dido, que ha resuelto morir…
Mañana, en un nuevo ciclo solar, Dido y Eneas volverán a encontrarse en el Canto VI. Ella vaga por las selvas del inframundo de Virgilio y de Dante, abierta aún en su pecho la reciente herida. Apenas el héroe troyano la reconoce, va junto a ella:
¡Oh, desventurada Dido!. Era verdad que tú misma te produjiste la muerte. ¿Y fui yo ¡oh dolor! La causa?. Juro por los astros y los lúmenes celestiales que muy a pesar mío dejé, ¡oh reina! Tus riberas. Detén el paso y no huyas de mi vista.

Pero ella, vuelto el rostro, se aleja precipitadamente, y va a refugiarse a un bosque sombrío.
Feliz solsticio de invierno

Otro fortísimo abrazo, desde este humilde vapor, para ti, Manín
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Excelente relato, amiga Ana. Un abrazo fuerte y un próspero Año Nuevo.
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¡Qué preciosidad de relato Solsticial!
Gracias por compartir estos tesoros.
Un Abrazo
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