Enero se acerca a su fin y, aunque los inviernos ya no son lo que eran, maldito cambio climático, aún salimos con abrigo. Abro el armario de la entrada y escojo.Y tengo donde elegir, porque a lo largo de 27 años de matrimonio he ido atesorando abrigos gracias a los regalos de mi querida suegra y amiga Lola (si han leído bien y me ratifico: querida suegra y amiga).
El primero llegó el día de Reyes de 1994. Acababa de nacer Carlota y al introducirme en él me sentí protegida y abrazada por una elegante y mullida coraza de negro paño inglés, lista para hacer frente a la inseguridad de madre primeriza en paro y a la crisis económica que vivíamos.
Navidad a Navidad se fueron sumando en el armario prendas de la más variada índole: un nuevo abrigo negro adornado con un fantástico cuello que perteneció a su madre y que Lola cosió para mí porque el anterior estaba raído; un borreguito destinado a protegerme del frío en mi nueva vida de serrana, una levita gris para mis trajes de oficina, un ligero abrigo blanco de impecable corte que lucir en primavera… Mi preferido lo trajeron los reyes en 2004, de paño marrón chocolate, largo y retro, es el que sigo vistiendo en fiestas.
A principios de noviembre pasado, cerca de su 80 cumpleaños, Lola me regaló un nuevo abrigo estilo batín color camel, cómodo y liviano , que consideró necesitaba para mis días cada vez más complicados.
Y entonces caí en la cuenta de que cada prenda, abrigo, gabán, chaquetón o levita había llegado en el momento justo, proporcionándome calidez y protección, cada uno un abrazo de mi suegra. Ahora comprendo que estos abrigos, representan el apoyo que Lolacha me ha brindado en cada una de las facetas de mi vida desde hace 27 inviernos.
Fue ella la que me animó a dar clases de antropología americana a su grupo de alumnas adultas, las señoras de Aluche, cuando estaba sin trabajo. A través de su red de amigas me proporcionó materiales y apuntes para preparar la plaza de técnico de cultura, mientras amamantaba a Gustavo y superaba una neumonía.
Ejerció de abuela original y divertida, con sus increíbles historias convertía su visita semanal en un acontecimiento para todos los niños del barrio. Y cuando los niños crecieron se convirtió en su guía y compañera perfecta en memorables viajes.
Mujer comprometida con la democracia y la justicia, feminista y adalid apasionada de causas perdidas, nos ha enriquecido la vida contagiándonos de su entusiasmo y enredándonos en sus proyectos.
Esos abrigos me recuerdan que siempre ha estado a mi lado, compartiendo nuestro interés por la historia, apoyándome de forma eficaz y discreta como un tres cuartos clásico, de forma ligera y alegre, como lo son ella y mi gabán blanco, sin hacerlo notar, sin pedir nada a cambio, como el abrigo que te espera en el armario temporada a temporada listo para acompañarte en la ocasión adecuada, cuando tú lo necesites y fiel reflejo de una de sus máximas: “la mujeres debemos apoyarnos y ayudarnos siempre”.
Gracias Lola por tu apoyo incondicional, por ser más amiga que suegra, por abrigarme año tras año con tu abrazo de paño.
Cuadros de Tamara Lempika.
Figurín abrigos años 20