Desde mi encierro

En estos días de aislamiento físico, a pesar de vivir el confinamiento con dos de mis hijos (Guillermo de 24 años y Álvaro de 22), voy paliando mi humana necesidad de comunicación, y estimulo,  estando activa en canales bilaterales o colectivos, fuente constante de interactuación con el resto de la familia, amigos y grupos de personas afines de distintas actividades en el ámbito profesional o asociativo a las que pertenezco. De la familia-todos en Murcia, una de las Comunidades Autónomas con menos incidencia del virus- me llegan esas noticias calurosas, simpáticas y de bienestar que tanto necesito. Estamos todos bien. De los grupos de amistad, además, noticias de primera mano, casi siempre con un valor meramente personal, de amigos que viven en otras ciudades de España o del extranjero.

Hablo con mi amigo Massimo de Bérgamo con bastante frecuencia. Empresario del trasporte y extremadamente activo, se sube por las paredes de su casa y le entretiene mucho hacer rondas de videollamadas entre amigos y familiares. Massimo me describe el desolador y constante sonido de las campanas de las iglesias tocando a difunto, pero también trasmite una cierta serenidad y docilidad en cuanto a aceptar el confinamiento como única vía que, como ciudadanos de retaguardia, podemos hacer  para contribuir a la propagación del virus. Giuseppe desde Florencia tiene el problema opuesto, trabaja para la cooperativa italiana de supermercados COOP y ahí andan desbordados de tarea, peor que en la campaña de navidades, me dice, y sin la suficiente protección personal ante el contagio. Luego están Sandro desde Milán y Andrea desde Senegalia, estos están enfadados con su gobierno por haber implantado o no esta o aquella medida, cuando se tendría que haber hecho esta o aquella otra … ya sabemos Porco governo piove. En su descargo, recordar que ellos llevan casi un mes de confinamiento.

Intercambio también whatsapp casi diarios con mi amiga Linda, de Boston. Me cuenta que ya están  con las medidas de aislamiento, el cierre de comercios, el acopio histérico de alimentos y de papel higiénico…os suena? Le pregunto, ella que es psicóloga, el por qué de ese fenómeno -que ahora veo que es a escala internacional- de comprar compulsivamente papel higiénico… su opinión es que da seguridad ante la incertidumbre, al menos no añadirás indignidad a la situación buscando alternativas al papel.

Formo parte también de varios grupos de chats: del Vapor, de amigos de Vitoria, compañeros de trabajo, voluntarios del museo, invitados a la boda de mi ahijada, etc. De vez en cuando un audio, un chiste o un texto se hace viral entre nosotros, como lo fue el artículo de Byung-Chul Han, filósofo y ensayista surcoreano que, estoy segura, muchos ya habéis leído https://elpais.com/ideas/2020-03-21/la-emergencia-viral-y-el-mundo-de-manana-byung-chul-han-el-filosofo-surcoreano-que-piensa-desde-berlin.html

El artículo es, desde luego, impactante. Han  sostiene que Europa está fracasando en la gestión de esta crisis por la falta de control de sus gobiernos sobre una población indisciplinada y la contrapone con el supuesto éxito de Asia cuya ventaja es que se compone de sociedades más obedientes que confían en sus autoridades y gobiernos. Señala también que la corrupción en Asia es mayor que en Europa, lo que a nosotros occidentales nos parece una contradicción con lo anterior, ya que uno de los principales motivos del quebranto de la confianza en un gobierno, no son tanto los errores como la corrupción, pero parece que en Asia esta confianza no está condicionada.

Otro de los interesantes antagonismos que señala Han entre las mentalidades asiáticas y las europeas, es que las primeras se basan en la cultura de lo colectivo y las segundas practicamos la cultura del individualismo. Por el bien de la colectividad, en muchos países asiáticos el concepto de protección de datos personales no se contempla, no es algo sobre lo que se debata o inquiete, el ciudadano acepta el amplísimo control digital que hace el Estado de sus datos de todo tipo, y no solo en dictaduras como la China, sino también en países democráticos como Corea del Sur. El control digital sobre los hábitos y movimientos son un pago aceptado a cambio del bien común de seguridad y protección, idea que se ve reforzada en situaciones como la actual, donde seguir el rastro de los ciudadanos ha sido la clave para el control en la expansión del virus.

Esto es inaceptable para la ciudadanía europea. Sin embargo, y como apuntaba Pamela en conversación en el chat de nuestro blog del Vapor, vivimos en un absurdo contradictorio porque creyéndonos libres para actuar y guardando con celo nuestra intimidad, lo cierto es que ya estamos controlados a través de los geolocalizadores del móvil, de las cookies que aceptamos al abrir cualquier nueva página en nuestro ordenador, a través de las redes sociales, de cámaras en exteriores de edificios públicos, de reconocimiento de huellas o del iris del ojo en aeropuertos, etc. Es decir, sabemos que estamos siendo controlados desde muchos cauces distintos, pero parece que entregamos con más docilidad nuestros datos a las empresas privadas que al Estado.

Pero esto no es del todo así. En realidad la diferencia entre un sistema y otro no es la toma de datos, que a todos nos las hacen constantemente allá donde vayamos del mundo, sino el uso que de ellos se haga. En España tenemos la Ley Orgánica 3/2018 de Protección de Datos que consagra la protección de las personas físicas en relación con el tratamiento de sus datos personales como un derecho fundamental protegido por la Constitución (art. 18.4), de ahí que sea una Ley Orgánica. La Ley garantiza la limitación del uso de la informática para proteger el honor y la intimidad personal y familiar de los ciudadanos, y faculta al ciudadano la acción de oponerse a que determinados datos personales sean usados para fines distintos a aquellos  que justificaron su obtención, además de poder ejercer los derechos de rectificación o anulación de esos datos. De igual forma, hay Reglamentos y Directivas de la Unión Europea que regulan en el mismo sentido los derechos digitales de los ciudadanos, y exigen el deber de confidencialidad e información a quienes recoge los datos. Es decir, hay una seguridad jurídica, a la que podemos acudir en caso de vulneración y solo un juez puede ordenar que la policía visualice un vídeo, por ejemplo, filmado en una entidad bancaria si estima que puede ser una prueba de delito.

En estos días estoy terminando de leer Las nuevas soledades, de Marie-France Hirigoyen (Francia, 1949). Una lectura que, en contra de lo que parece, está siendo muy recomendable para los tiempos que vivimos, porque explica y da luz a comportamientos que, en especial mi generación, estamos teniendo desde el transito del siglo XX al XXI , y nos confunde. La autora analiza las soledades actuales desde una perspectiva clínica, aprovechando su enorme experiencia como siquiatra y psicoanalista. Tras exponer la profunda trasformación a la que nos hemos visto sometidos, donde los vínculos sociales se han multiplicado en sus variedades, mientras paradójicamente hay  un mayor aislamiento, señala que hay un creciente sentimiento de soledad, un individualismo pujante y nuevas prácticas de relaciones íntimas, algunas de ellas sin sexo.

Hirigoyen nos apunta cómo la misma palabra soledad encierra un doble significado paradójico ya que puede relacionarse con el sufrimiento – y con el pronunciamiento de un juicio- o con la aspiración de paz y libertad individual. Hombres y mujeres oscilamos entre una necesidad de amor y un deseo de independencia. Nos animan a ser autónomos y a aprender a vivir solos, a aceptar una soledad relativa para escapar la futilidad y superficialidad de un mundo narcisista, porque la soledad también puede ser vivida de manera rica y serena desde la interioridad.

Es la mujer la que en la mayoría de las ocasiones tiene la iniciativa de cambiar de pareja, la baja calidad de la relación, el sentimiento de haber sido traicionadas o decepcionadas, percibir la pareja tradicional como obstáculo para la realización profesional y social, son los principales motivos que le llevan a preferir la soledad. Nos hemos vuelto más exigentes, sin duda deseamos el amor pero existe una idealización de la pareja perfecta y el no encontrarla, no hace bajar el estándar de calidad.

Por su parte, el varón ha perdido sus certezas. Frente a la hiperactividad femenina ellos permanecen pasivos, nos dice Hirigoyen, tienen miedo, al compromiso, al cambio, a la exigencia, a la responsabilidad de los hijos. Muchos temen ser abandonados, siguen buscando la dependencia o reaccionan con una hipervirilidad.

La institución ya no es el matrimonio sino el amor, lo que debilita la pareja, porque el sentimiento no aguanta bien el paso del tiempo. Además, es un amor débil y narcisista  porque lo que realmente busca es apropiarse de lo positivo del otro, de sus valores, de su energía.

Me encantaría poder debatir y hablar con mis amig@s estas ideas extraídas del ensayo de Hirigoyen, y otras muchas que contiene el libro, como solíamos hacer… pero…. nadie sabe cuándo volverá a ser posible.

Entre tanto, cuidaos mucho¡