
Mañana mi hijo Gustavo cumplirá 22 años, pero no quiere celebrarlo, su proceso de transformación está siendo doloroso y dadas las circunstancias no le apetece mostrarse ni hacer fiesta de lo que para él ha sido un camino espinoso.
Sentí la necesidad de abrazarlo y le pedí que se sentara en mi regazo como cuando era pequeño. Sosteniéndolo, abrazándonos, tomé conciencia de las dimensiones físicas de su crecimiento, el peso de su cuerpo, el largo de sus extremidades, el ancho de su torso. Fue ahora mi cabeza la que quedó a la altura de su pecho y pude sentir claramente los latidos de su corazón. A ambos nos embargó la emoción de un anhelo largamente reprimido. Reconectamos.
Reconectamos de una manera que las palabras, miradas y gestos, que abundan entre nosotros, no logran y comprendí la importancia del abrazo. El del encuentro: aquí me tienes entera, aquí estás y te reconozco; el de la despedida: llévate mi afecto, llévate mi ser, déjame sentirte otra vez.
En la nueva normalidad, la distancia y la mascarilla, medidas necesarias que defiendo, suponen barreras emocionales infranqueables que convierten nuestras relaciones personales en vivencias altamente insatisfactorias. Nuestro cuerpo nos impulsa hacia el otro pero debemos reprimir el deseo de cercanía, queremos sonreír y la mascarilla oculta nuestro gesto y nos obliga a forzar la voz distorsionando el mensaje. Nuestros brazos se tienden pero no alcanzan. Vivimos ahora el momento del abrazo frustrado
Afortunadamente nos queda la Música, ese leguaje que trasciende todas las fronteras. Comparto y hago mío lo que expresa este hermosísimo tema que compuso mi amigo Matthieu Saglio, cellista de los mil acentos, como abrazo de despedida para su abuelo.
Toda la Felicidad, todo mi amor en un abrazo para Gustavo.