En un verano como el que estamos viviendo, de un modo u otro, todos intentamos sobreponernos a la situación aparentando normalidad donde no la hay, ni pueda haberla. Aparentar es representar o hacer creer algo, especialmente un sentimiento, un estado o una cualidad, que no es verdad, con palabras, gestos o acciones.

La semana pasada estuve recorriendo parte de la cornisa cantábrica en busca de casas construidas por indianos tras su regreso de tierras americanas, un fenómeno que se dio en nuestro país entre 1870 y 1930. Acompañaba a un amigo arquitecto que tiene el encargo de escribir un capitulo de un libro sobre la representación del exilio en el arte. Después de fotografiar 36 casas de indianos -hay muchas más- y asistir al evidente juego simbólico de ostentación de la riqueza acumulada como reflejo del éxito alcanzado, reflexionaba tratando de establecer algún paralelismo entre este fenómeno sociológicamente tan particular, y la situación en la que nos encontramos.

Fueron jóvenes- adolescentes, casi niños algunos- que huían del hambre, del servicio militar obligatorio y de la convulsa situación política de España, que emigraron a América, Cuba, México y Argentina sobre todo. Cultivaban la nostalgia y el sueño de regresar a sus pueblos tras haber hecho fortuna, y la manera más palmaria de demostrarlo a su regreso era construyendo magnificas haciendas cuya ostentación de riqueza dejara testimonio de su valentía, sagacidad en los negocios y esfuerzo. Es una historia que se repite desde Galicia al Pais Vasco -y en otros lugares de España en menor medida- aunque abundan mas en Asturias y Cantabria.
Casa de piedra, Colombres
Construcciones exóticas, coloristas, llenas de fantasía y vistosidad. No hay una tipologia propia pero son perfectamente distinguibles. A la casa le acompaña siempre un soberbio jardín con flores y arboles de gran porte, donde no falta nunca la palmera, tal vez el símbolo que unifica a todas ellas.
En Colombres se encuentra el Museo del Indiano, de la Fundación del Archivo de Indianos. Construido en 1906 por Iñigo Noriega Laso, que hizo fortuna en México, no llegó a habitar la casa, murió antes de regresar.
También el Capricho, en Comillas, fue una casa de indiano. Encargada en 1883 al joven Gaudí por Maximo Díaz de Quijano, abogado y músico, volvió ya enfermo de América a su ciudad natal y murió solo unos pocos días después de finalizada la casa.
Era el que regresaba con fortuna y construía su casa el que contribuyo a establecer la relación casi sinónima entre riqueza e indiano, pero en realidad fueron los menos. La vistosidad de sus casas y la importancia de otras obras publicas que patrocinaron, hicieron olvidar a los indianos que murieron sin conseguirlo y a los que nunca regresaron.
La apariencia es así, refleja solo una pequeña parte de la realidad. Aparentamos normalidad, pero este verano está lejos de ser normal para nadie.
