
Dice Rebecca Miller que el recuerdo de Marilyn Monroe fue una cruz y una sombra que acompañó a su padre el resto de su vida, pero que ella nunca la ha sentido. Y en cambio es una afirmación difícil de creer, porque nació apenas un mes después del suicidio de Marilyn, que intentó durante años ser madre durante su matrimonio con Arthur Miller. Rebecca ha sido de algún modo la hija que la actriz nunca tuvo y su madre real, la fotógrafa de la agencia Magnum Ingeh Morat. Ingeh conoció al dramaturgo en el desierto de Nevada, cuando fue a hacer un reportaje al set de The Misfits, la película de John Huston de 1961 con guion del propio Miller, que creó el primer personaje dramático para su entonces mujer. En España tradujeron el título por vidas rebeldes, aunque en realidad el nombre adecuado sería más bien los inadaptados. Una película de aura oscura: al año del rodaje algunos de los principales protagonistas estaban muertos, el matrimonio de Marilyn y Miller acabado y la actriz en caída libre hacia la autodestrucción. Muy reacio a hablar sobre sus cinco años de matrimonio con la diva, Arthur Miller concedió ya mayor alguna entrevista, donde hizo unas amargas pero lúcidas reflexiones sobre el agotamiento y cansancio que le produjo el tener la responsabilidad del otro, la duplicidad de las relaciones, la incansable lucha de Marilyn contra una infancia de abandono y abusos y la decisión final de sacrificar al otro para sobrevivir.

Aparentemente nada de esto se cuenta en Las vidas privadas de Pippa Lee, la novela que Rebecca – directora de cine y escritora de gran talento- publicó hace unos pocos años. Es un texto luminoso, adictivo y lleno de imágenes de sorprendente impacto visual. La protagonista es una mujer entregada, casada con un editor de Nueva York mucho mayor que ella, pero cuando Pippa y Herb se retiran a una lujosa urbanización para mayores, ella empieza a sufrir ataques de sonambulismo y es entonces cuando se despliega el abanico de sus vidas privadas previas, un relato lleno de sorpresas sobre el proceso y los azares del descubrimiento de sí misma. Algo que, según avanzan las páginas, se va desprendiendo de la mente de Pippa como un pedazo de cemento se desmorona de la pared de una presa que empieza a resquebrajarse.
Hay además una brillante reflexión sobre la complicada relación entre madres e hijas, hay una madre- Suky- adicta a las anfetaminas y en proceso autodestructivo durante años, hay sentido de culpa en la base de su matrimonio, inaugurado con el suicidio de la guapísima ex mujer de Herb, que organiza para ellos una comida que más bien parece una sombría ofrenda a un dios vengativo y que se pega un tiro delante de todos, mientras su cabeza cae sobre la mesa y la sangre mana desde su larga melena tomando la forma de un enorme abanico japonés. Hay, en fin, amargas reflexiones sobre algunos comportamientos masculinos. Gigi, la ex mujer, comenta en un cierto momento: ¿No te parece gracioso- dijo ella- que los hombres se vayan casando con mujeres que cada vez les resultan más fáciles de dominar, hasta que acaban haciéndolo con una imbécil?.
Rebecca Miller está ahora más dedicada a la dirección. No sé si ha vuelto a escribir, aunque creo que las vidas privadas se ha llevado al cine con la fantástica Robin Wright en el papel de Pippa. A ver si la localizo y en otra entrada del blog, cuando pase este extraño mes de agosto, mando la referencia.
Las vidas privadas de Pippa Lee. Rebecca Miller. Anagrama 2009
