
Van cayendo suavemente los copos, el día se viste de blanco cubriendo el gris del asfalto y la pandemia. El níveo manto desdibuja las líneas del paisaje, borrando pesares y devolviéndonos paz con su silencio, asoma a mi boca una sonrisa traviesa. Mientras cae la nieve observo las huellas que dejan mis pisadas y corro a encontrarme con la dicha pura de la infancia.
Igual que en el cuadro de Bruegel, “Paisaje nevado con patinadores y trampa para pájaros” (1597-1601), la nieve nos regala inesperados momentos de alborozo, personas de todas las edades salimos a jugar como niños, olvidando por un momento los problemas que nos acechan. Como en un folio en blanco, bola va bola viene, componemos con Ana y Horacio una oda a la alegría.
Sale el sol, el paisaje resplandece, respiro el aire límpido, me inunda de felicidad esa belleza de blancura pristina.
Cuando una semana después escribo estas líneas, negro sobre blanco, las cifras de la pandemia derriten la nieve y nos devuelven al gris recordándonos, también como en el cuadro de Bruegel, cuan frágil y efímero puede ser lo que vivimos.
Carpe Diem.
Fotografías: Pámela Sprätz, Museo del Prado (Bruegel) y Reuters (Madrid)