12021

Filomena II. Cuatro días después de soñar que me salía con el coche en una curva,  la noche del 1 al 2 de enero se desató en la sierra de Madrid una tormenta de hielo y viento. En las ventanas inclinadas de la segunda planta, los cristales aparecieron completamente cubiertos por un tejido helado y al mismo tiempo sorprendentemente poroso, como lanzado por algo extra planetario, espacial. Dos días más tarde una turba que nos dejó en shock severo asoló el Capitolio buscando colgar por el pescuezo a más de uno y finalmente, entre el 7 y el 8 de enero los lucernarios del edificio donde vivo no soportaron el peso de la nieve y los techos de varios vecinos cedieron y cayeron al suelo, arrastrando en su camino blandas rocas de nieve y yeso.

Entremedias y  después de  tormentas heladas y   supremacistas con pieles de bisonte llegados de tristes pueblos de Arkansas, Adolfo no ha dejado de llamar casi ningún día. Aunque inevitablemente suele comenzar con alguna de sus frases  preferidas (Hola, soy el fantasma de las Navidades pasadas; Qué tal  en ese pueblo al que te has ido de desconocidas y profundas concentraciones minerales; Buon giorno, creo que esta mañana de invierno abre un camino directo a la inconsistencia del ser … y así hasta variadas boutades hilvanadas sin descanso), este último domingo fue directo al grano: me declaro total, absoluta, definitivamente imposibilitado para entender la desvergüenza y falta de piedad de unos políticos que aprovechan esta pandemia para lanzar como candidato electoral a un ministro de sanidad (así lo calificó: de desvergüenza y falta de piedad). Como yo estaba más bien mohína (¿cuánto  y a cuantos esta pandemia nos va a convertir en personas distintas a las que teníamos que haber sido?) la conversación duró poco pero la retomo hoy, un día después, porque anoche en uno de esos informativos que cuesta seguir muy a pesar de los esfuerzos de presentadores, editores y reporteros lidiando con mascarillas, micrófonos enfundados en plástico y siempre dando cifras del desastre o haciendo un hueco a virólogos variopintos que nos hablan desde sus portátiles enseñando los techos y paredes de sus casas,  escuché al presidente decir en un mitin que estábamos “en los últimos coletazos de la pandemia”.

Eso dijo, no lo voy a repetir…igual que Adolfo en su última llamada, yo también me declaro total, absoluta y definitivamente imposibilitada para entenderles. Quizá vivimos en realidades paralelas: de un lado el miedo, porque no solo hay hartazgo, sino miedo real, dolor y mucha incertidumbre y del otro, pues parece que sólo algún coletazo, como ese viento que llegó ayer domingo 24 de enero y en pequeñas rachas acabará de llevarse lo que queda de nieve, ya sucia y desmayada. Esperemos entonces que el viento sople fuerte, qué digo, un vendaval cargado de ética pero sobre todo de vacunas para todos, como en los cuentos o en los relatos milagrosos o bíblicos o del nuevo testamento. De momento, sólo las ramas de los pinos y álamos blancos  que veo por la ventana se agitan. Hoy tampoco podré ver a nadie, aunque me conformo con dejar atrás sueños con curvas.

Imagen de Jenny Nordberg .»3 to 5 seconds»(fluid add-ones)2018. Gracias a la amable generosidad de lariotcollective.com