El cuidado antidemocrático

Como tantos de nosotros yo también tengo el ánimo estas semanas fijo en algún punto de fuga, porque comparado con nuestra vida de todos estos meses, cualquier perspectiva cercana de viaje es como ir a la luna o a un exoplaneta imaginado. En cambio, abandono ahora mis fantasías de fuga en un mundo vacunado y decido centrarme en la sensación de fragilidad y vulnerabilidad compartida que, esa sí, parece que nos aflige a casi todos.

Como vulnerabilidad rima con cuidados y con “servicios esenciales”, en general mal pagados o no pagados ni valorados, la mayoría en manos de mujeres, pienso en el eslogan «lo personal es político» lanzado por el feminismo en los años setenta del siglo pasado, y en que es una equivocación que solo la justicia ocupe el ámbito público mientras el cuidado sigue estando en el ámbito privado. Pienso también en que el teletrabajo obligado ha dejado de nuevo al descubierto que la distribución de tareas en las casas no es precisamente equitativa.

Claro que la necesidad de cuidados y atención a los más vulnerables-niños, ancianos, enfermos, pero no solo- ha existido siempre, solo que no se cuestionaba quién debía hacerse cargo de ellos. La tarea era una obligación familiar y en algunas situaciones extremas o en los grupos más desfavorecidos, de organismos públicos o benéficos. Mientras las mujeres en el ámbito “privado” cumplieron sin queja ese destino insoslayable, el tiempo dedicado a los cuidados se desempeñó en silencio. Basta con releer alguna de mis entradas en este mismo blog para dudar de que esta invisibilidad y silencio se hayan esfumado realmente.

Detrás de la burbujeante pregunta que da título a su libro – ¿Quién le hacía la cena a Adam Smith?–  Katrine Marçal reflexiona sobre la historia de las mujeres y la economía. Así sabemos ahora que al autor de la riqueza de las naciones la cena se la hizo durante toda la vida su madre, una señora llamada Margaret Douglas, que se encargó de las necesidades del economista. La tesis del libro es que nada de esto se considera “trabajo productivo” en los modelos económicos estándar: Smith se olvidó de que si tenía la cena todos los días en la mesa era gracias al trabajo de su madre, se olvidó de toda la esfera de los cuidados. Las teorías económicas dominantes, viene a decir, han permanecido ciegas a la actividad que han realizado las mujeres. Una tarea a la que nadie ha definido como «trabajo» porque no lo era desde los criterios patriarcales, que solo consideraban trabajo la actividad productiva.

Los desencuentros entre precio y valor no son nada nuevo, pero desde la perspectiva de género esa indistinción lleva a no dar valor a lo que realmente importa, y mucho: los cuidados tienen valor porque son imprescindibles para el bienestar, la cohesión social y la prosperidad. Para Victoria Camps, independientemente de que les asignemos o no un precio, es imperativo reconocerlos como algo valioso, algo a lo que merece la pena prestar atención, y reconocer.

 He releído en esta no fuga de primavera a Carol Gilligan, recordado que esta psicóloga evolutiva se reveló contra su maestro en los años 70 por afirmar que los niños tenían mayor madurez moral que las niñas y trabajado durante décadas sobre lo que llamó la ética del cuidado por contraposición a la ética de la justicia, o mejor, que derechos y responsabilidades son complementarios y responsabilidad de hombres y mujeres por igual. Para esta pensadora y la escuela que ha venido después, los cuidados, la atención, el no valor reconocido del esfuerzo y la dedicación en los ámbitos privados no son una perspectiva femenina convencional y por tanto orillable, sino una reivindicación feminista. De hecho, como reflexiona Victoria Camps, Gilligan introduce la voz de en la teoría psicológica y moral y la cambia, provocando un desplazamiento en el modelo cognitivo, a raíz del cual la voz “diferente” de la mujer dejó de percibirse como tal para reconocerse simplemente como voz humana.

En a differente voice, la responsabilidad y las obligaciones sobre los cuidados se extienden a la democracia en su conjunto y salen del ámbito no valorado del tiempo y el esfuerzo femenino:  pensar que esa responsabilidad corresponde solo a las mujeres por su condición de madres, esposas o hijas es no solo anti igualitario, sino profundamente antidemocrático. En palabras de la propia pensadora americana: «en un contexto patriarcal, el cuidado es una ética femenina; en un contexto democrático, el cuidado es una ética humana».

Para bucear sobre lo que cuento: ¿Quién le hacía la cena a Adam Smith? Una historia de las mujeres y la economía Katrine Marçal, Debate 2016 / Tiempo de cuidados: otra forma de estar en el mundo. Victoria Camps, Arpa 2021. / In a differente voice. Carol Gilligan, diversas ediciones.

Dibujo de portada: Catrin Weitz-Stein