La historia del Arte está plagada de representaciones femeninas: diosas, damas, santas, vírgenes, muchachas; pintadas y esculpidas, en muchas ocasiones semidesnudas o desnudas, siguiendo un discurso hegemónico que, por normalizado y común, nos parece el correcto. En este sistema, la mujer es un sujeto/objeto pasivo, una fuente de inspiración tal y como podría serlo la ruina, el paisaje o cualquier otro elemento de la naturaleza. La irrelevancia de la aportación de las artistas en la construcción de esta imagen ha sido solo recientemente corregida.
Artemisia Gentileschi (1593-1653) fue un caso aislado, aunque incluso ella, y a pesar de su gran reconocimiento, no se atrevió a alterar el discurso general dejando al descubierto su primera versión del cuadro Susana y los viejos (1610). Si para sus colegas varones como Tintoretto, Rembrant o Rubens, esta historia bíblica había supuesto una excusa para pintar el morboso y erótico contraste entre la lozanía de la inocente Susana y la lascivia de los jueces viejos, Gentilesqui aporta su propia versión representándola como el acoso sexual que era – ella misma sería violada por su maestro un año más tarde de pintar este cuadro -, dando rienda suelta al horror que le producía la escena recogida en el Libro de Daniel, pasando de representar a Susana víctima, por una Susana dispuesta a ser verdugo. Aunque se viera forzada a repintarlo convencionalmente, el rastro del original quedó, permitiendo al espectador contemporáneo ver el sottoquadro a través del estudio con rayos X realizado en la restauración de 1998.

Los movimientos sufragistas primero y luego feministas, la decidida aportación de tantas artistas y el empuje de movimientos radicales como el del grupo iconoclasta Guerrilla Girgls, que en los años 80 se preguntaban si era necesario que la mujer estuviera desnuda para entrar en el Metropolitan Museum of Art, forman parte de la corriente ya imparable que nos ha traído hasta aquí.

Sin embargo, la realidad nos hace bajar de nuestra ensoñación de libertad conseguida, seguimos sin poder dar por conquistada la imagen de la mujer por la mujer, cuando obras como la de la artista sevillana Charo Corrales son objeto de vandalismo.
La imagen de la mujer ha estado y está todavía tan arquetipificada por siglos y siglos de visión heteropatriarcal que da la impresión de que solo el artista pueda crearla, recrearla y hasta desviarse de la corrección previamente marcada, como muchos pintores simbolistas y expresionistas. El noruego Eduard Munch, por ejemplo, realizó distintas versiones de su Madonna (1893-1897) en una sacrílega pose de gran erotismo. La mezcla inquietante entre santidad y perversión, enfatizada por el antagonismo entre su explicita sensualidad y el nimbo divino que rodea la cabeza, no despierta violentas reacciones del público visitante del Museo Munch en Oslo.

Resulta difícil de entender que la mujer artista no pueda tomar la iniciativa de representar libremente su cuerpo. Lo llamativo es que la obra de Munch no es un caso aislado, existen muchas otras representaciones de vírgenes y santas abiertamente eróticas, recordemos la Santa Teresa de Bernini, ¿podría alguien imaginar que hubiera sido esculpida por una mujer, no ya en el S.XVII, sino hoy, sin temor a ser duramente criticadas, censuradas e incluso denunciadas?.

Este ha sido el caso de la artista Charo Corrales en la exposición colectiva Maculadas sin remedio. Integrada por la obra de catorce artistas, la muestra reflexionaba sobre la mujer en el ideario y la iconografía cristiana. Su título era al mismo tiempo una declaración de intenciones. Charo Corrales presentaba Con flores a María un fotomontaje donde se autorretrata, semidesnuda, con la mano en su entrepierna, rodeada de elementos que la iconografía católica reserva para las inmaculadas. Impresión fotográfica sobre seda, la pieza está enmarcada al modo de la pintura histórica tradicional. La pequeña obra ha generado una enorme polémica, levantando críticas, denuncias e incluso violencia, al ser rajada por un desconocido. El juzgado de lo Contencioso Administrativo número 2 de Córdoba admitió a trámite la demanda de la Asociación Española de Abogados Cristianos contra la Diputación de Córdoba, por la exposición del cuadro, por «considerar que constituía un ataque a los derechos fundamentales». La denuncia fue archivada a los pocos días.

También hubo adhesiones, como la del ministro de Cultura, o de asociaciones como MAV-Mujeres en las Artes Visuales, de la que formo parte, que hizo un comunicado de apoyo y repulsa por este acto contra la libertad de expresión artística https://mav.org.es/comunicado-de-mav-por-la-censura-y-maltrato-a-una-obra-de-una-artista-y-colectivo-maculadas/. Los partidos PP, Ciudadanos y Vox pidieron su retirada por ofender los sentimientos religiosos al leer en ella la representación de una virgen en actitud lasciva. Una proyección de los miedos e inseguridades propios. Lo más curioso es que, siendo una exposición itinerante, había sido expuesta en dos sedes con anterioridad, pasando bastante desapercibida.
El dogma de la inmaculada fue establecido por Pio IV en 1854, declaraba pura y limpia de mácula, sin pecado original, a María. Maculadas sin remedio reivindica la mancha. La mujer no desea ser excluida, no necesita ser salvada ni perdonada.
Hablar de provocación es tanto como legitimar el acto violento. Las fantasías que este tipo de obras pueda despertar, pertenecen solo al que las experimenta. Lo que ésta y otras artistas buscan no es ofender, ni provocar, sino abrir un debate -que de hecho tuvo lugar en las aulas de distintas facultades de Bellas Artes, sobre todo de Andalucía-para trasformar la imagen de la mujer secularmente construida por hombres que, como dice Bram Dijkstra en su ensayo Ídolos de perversidad. La imagen de la mujer en la cultura de fin de siglo (1994), “nunca amaron a las mujeres».
Una respuesta a “Maculadas, sí”
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